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La trilogía de La Profecía

En la LXX celebración del Círculo Lovecraftiano & Horror, el relato en prosa poética "Demonio" de Joyce Carol Oates suscitó en la atmósfera casi sobrenatural de la tarde una plática sobre lo que cada quien haría si su hijo fuera el Anticristo. Disertaciones sobre la verosimilitud de las profecías bíblicas, que como término griego la palabra Anticristo sólo se menciona en el evangelio de Juan, visiones de mitología y hasta arcádicas de los supuestos hechos, confesiones personales augurando deseos de poder que tal vez, si fuera propicio el destino, se vieran concretadas en las capacidades de las segundas generaciones y un análisis sobre las conveniencias de la alternancia "aquí en la tierra como en el cielo", porque si Cristo ya tuvo su oportunidad por dos mil años, bueno, ustedes entienden; las reflexiones fueron tan interesantes como todo el Círculo en sí. Hoy, ante la propicia conmemoración de la fecha, no podríamos dejar de celebrar para bien o para mal la llegada que tantas personas de la cristiandad consideran aún inevitable del hijo de las tinieblas, la bestia 666, el enemigo del género humano, el príncipe de la soledad y la melancolía, evocado como en ninguna otra representación ficticia en la legendaria trilogía de La profecía (The Omen).


Serie de películas más que conocida, los mexicanos la recordamos bien junto a Volver al futuro y la trilogía de Chucky, como una de aquellas sagas que pasaban en los maratones sabatinos de canal Cinco por lo menos una vez al año al menos todos los años. En lo personal tengo marcado que era una de las favoritas, sino es que la que más, de mi madre. Como historia no sólo recoge una de las paranoias colectivas ya vivida y experimentada por el puritanismo más dogmático de Norteamérica, sino que además fue su mayor catalizador. Estas películas, en especial la primera, son en gran medida responsables de que en los EEUU se hayan tomado tan en serio una infinidad de publicaciones pseudocientíficas que imprimían en sus siempre risibles portadas las teorías de conspiración sobre el nacimiento del Anticristo y otras ridiculeces semejantes, muchas de las cuales han sido legadas hasta nuestros días en el siglo XXI. Las propuestas entonces volaban: El Anticristo es el Papa Juan Pablo II, es Bill Gates, Kennedy, David Rockefeller y hasta la pequeña celebridad venida a menos, Marilyn Manson -este último, personaje que en su momento usó a su favor aquel añejo miedo de la población de su país, pero que hoy ya no conseguiría escandalizar ni a un convento de monjitas neuróticas-. Se decía que el número 666 era el WWW de Internet, que había ranchos en Arizona donde nadie tenía permitido entrar porque le pertenecían a los satanistas, que los símbolos satánicos estaban por todas partes, en la pasta Crest, en las libretas Scribe, en el área 51, en el Heavy Metal (claro que en este caso era más que intencional), y que en México hasta vendían un ungüento llamado 666. "No lo dudes", aseguraba mi madre, "el Anticristo ya camina entre nosotros". Aunque nunca entendí bien, ¿por qué si era tan poderoso le hacían una película para promocionarlo? ¿No era mejor que nadie supiera de su existencia? Cosas de la conspiración. Por suerte, hoy ya nadie cree en esas supercherías ¿verdad?


En la primera escena de la primera película vemos al adinerado Robert Thorn, heredero y copropietario de la archirrica multinacional Thorn, en evidente estado de consternación y camino a un hospital en Roma donde su esposa acaba de parir. Recién ha sido informado de que su hijo nació muerto y al arribar a la clínica un sacerdote de aspecto siniestro de apellido Spiletto procura convencerlo de sustituir a su malogrado vástago por otro niño nacido ese mismo día, 6 de junio, hijo de una mujer fallecida en las labores de parto. Tras vacilar, Thorn acepta, hacen el intercambio sin informarle a su esposa y le ponen por nombre al niño Damien. Poco después el empresario es nombrado embajador de los EEUU ante Inglaterra y la vida de la familia transcurre con tranquila prosperidad hasta el festejo del quinto cumpleaños de Damien, día en que acontece el primer hecho terrorífico de una serie de eventos misteriosos que van a rodear a los personajes hasta el final del argumento. En medio de una flamante y feliz celebración en los amplios jardines de la residencia Thorn, un ominoso rottweiler aparece para inducir la demoníaca influencia que ya recaía sobre la niñera del pequeño Damien. La empleada, como poseída se dirige hacia lo alto de la mansión y con una soga al cuello llama la atención del cumpleañero para declararle su amor y gritarle una de las frases más memorables del filme: "¡Todo esto es por ti, Damien!", para acto seguido arrojarse al vacío y ahorcarse frente a los niños y los demás invitados, rompiendo con estrépito uno de los lujosos ventanales de la casa al quedar su cuerpo como un péndulo. En el evento está presente Keith Jennings, fotógrafo de la prensa local quien momentos antes le había tomado unas fotografías a la suicida. Al poco tiempo el embajador recibe en sus oficinas la visita del intrigante padre Brennan, un viejo sacerdote con apariencia de loco que le advierte que debe aceptar a Cristo en su corazón si quiere salvarse. Vemos cómo la familia recibe en su residencia a la nueva niñera de Damien, la espeluznante señora Baylock, quien deja poco menos que perplejos a los Thorn cuando intentan indagar cómo fue que se enteró de que el puesto de cuidadora estaba vacante y la confrontan por la presencia de un perro en la casa, el mismo que ha acechado a Damien desde el principio e hizo su aparición en la fiesta de cumpleaños. Todo lo anterior es apenas el inicio en un ciclo de escenas que retratan brillantemente la agonía y el pánico por el que deben atravesar Katherine y Robert Thorn al estar condenados en la vorágine de un secreto que sobrepasa sus humanas capacidades. Destacan aquella en la que Damien sufre una crisis cuando sus padres intentan llevarlo a una boda en una iglesia, o la otra en la que él y su madre son objeto del ataque de unos mandriles mientras hacen el recorrido en uno de esos parques zoológicos donde las personas tienen permitido entrar con sus autos. Mientras tanto, Jennings, el fotógrafo, se percata de que en las fotografías que ha hecho de las personas que rodean a la familia Thorn hay extrañas manchas que parecen delatar la forma en la que murieron o van a morir, pistas que confiará a Robert más tarde, como la sombra de una soga en el caso de la niñera ahorcada. Cuando Thorn se encuentra por segunda vez con el padre Brenann, el religioso al fin le aclara sin rodeos la aterradora verdad: Su hijo adoptivo es el Anticristo del que hablan las profecías bíblicas. Esto lo expone al deber de investigar el origen de todas las anomalías que está sufriendo y para convencerse, Thorn viajará en busca del padre Spiletto acompañado por Jennings hasta el hospital donde nació Damien, pero en los vericuetos de este pulido guion, llegarán a la tumba misma donde descansan los restos de la verdadera madre del pequeño Anticristo sólo para descubrir que su origen no es humano, sino uno mucho más horrible. Thorn viajará, por último, hasta medio oriente con la finalidad de entrevistarse con un arqueólogo y teólogo especialista en estos temas, quien le dirá la única forma de acabar con la vida del hijo del diablo, apuñalarlo con las siete dagas de Megido, y le explicará el secreto definitivo que permite determinar su identidad, la marca de la bestia, el signo 666 oculto en alguna parte de su cuerpo.


En la segunda entrega somos testigos de la etapa juvenil de Damien, justamente a los 13 años, quien tras el desenlace de la primera parte acaba viviendo con sus tíos, Richard Thorn, hermano de Robert, y su segunda esposa Anne. A partir de aquí ya intuimos que Damien es asistido por un ejército secreto de satanistas que han preparado su llegada y procuran ayudarlo en su camino a la dominación global. Estas personas se encuentran infiltradas entre aquellos que lo rodean, sus amigos, maestros, confidentes y colegas de todo tipo, que se manifiestan en los momentos más insospechados como sus más leales servidores y que son capaces de hacer cualquier cosa, cometer los crímenes más impensables, con tal de garantizar los intereses de su diabólica cofradía y dar satisfacción al triunfo final de su amo. Damien comparte andanzas de juventud con su primo Mark, y lo vemos desplegar por primera vez sus increíbles poderes a voluntad. En una escena en el salón de clase de la prestigiosa academia militar a la que asiste con su primo, hace gala de su vastísima cultura de tintes sobrenaturales y se luce como todo un experto en historia universal. Es precisamente uno de sus sirvientes secretos quien le confiesa, por fin a él, la auténtica naturaleza de su ser y su propósito en este mundo. Y asistiremos a las muy variopintas maneras en las que todo aquel que directa o indirectamente se oponga a Damien sufrirá una muerte tan efectiva como cruenta. Porque si por algo se destaca esta serie de películas es porque todas las muertes de los sacrificados ante el altar infernal de los acontecimientos, en pos de la conveniencia del Anticristo, son sin la menor variación, espantosas. No se escatima en decapitaciones, desmembramientos, infartos truculentos, atropellamientos, asfixia, despedazamientos, congelamientos, calcinamientos, aplastamiento de cabezas y hasta cuervos sacando los ojos de sus víctimas. Si albergas la esperanza de un final feliz, te equivocaste de función.


Y por último, en la tercera parte que lleva por título alternativo El conflicto final, nos es presentado un Damien Thorn maduro, a punto de celebrar su aniversario trigésimo tercero. Nótese el uso simbólico de las edades, 6, 13 y 33. Si la violencia es el sello distintivo de esta saga, no derrocha menos en el uso de un lenguaje simbólico. Damien Thorn, no podría ser de otro modo, es ahora el único propietario y presidente de la entonces mucho más poderosa megacorporación Thorn, cuenta con total influencia sobre el deep state norteamericano y se desenvuelve como un amigo íntimo y consejero del presidente de los Estados Unidos. Es así como nos damos cuenta de que lo han nombrado, como otrora a su padre, embajador de su país ante Inglaterra, designación que él mismo ha buscado para dar cierre a lo que dictan las profecías, que en la isla del ángel, la cual él interpreta por su pronunciación en latín como Inglaterra, tendrá lugar el enfrentamiento decisivo con su eterno enemigo espiritual, el Nazareno. Consigue también que se le nombre como representante de la juventud ante las Naciones Unidas, lo que no es un detalle menor, entre las astutas tácticas de Damien para perpetuar su legado ha conseguido ser el autor de libros y artífice de una filosofía que tienen una gran influencia entre los jóvenes de todo el mundo (dejad que los niños vengan a mí). Su empresa, también estratégicamente, está constituida como el oligopolio de alimentos más grande del planeta, ya que Thorn sabe que así podrá consolidar su dominio sobre las naciones al controlar el recurso primario por excelencia para los seres humanos (cualquier parecido con Monsanto no es mera coincidencia). Esta es quizás la única crítica justa que se puede hacer a la película. Cualquiera con un mínimo de conocimientos de economía sabe que la clave del poder político está en las altas finanzas, pero si nos ponemos un poco conspiranóicos, podemos llegar a pensar que denunciar ese hecho cuando ya de por sí en la trama se menciona a Israel como una entidad crucial en los conflictos bélicos internacionales hubiera significado la censura de una película que por otro lado no tiene reparo en sugerir el asesinato a sangre fría de una centena de niños recién nacidos. Ya que cuando Damien intuye que Jesucristo ha vuelto a nacer, decide convertirse en una versión moderna del Rey Herodes mandando matar a todos los nacidos bajo el signo de la nueva estrella de Belén, una alineación astronómica en la constelación de Casiopea, para lo cual se sirve de todos sus secuaces, niños incluidos. Porque sí, según lo que aquí vemos, no sólo las niñas exploradoras venden galletas para recaudar fondos para el demonio, sino que los hijos de tu vecino no son así de escandalosos por falta disciplina, lo que pasa es que en realidad trabajan para el Anticristo. También hacen su aparición siete monjes, uno por cada una de las dagas de Megido, hombres santos que han jurado defender a Cristo en su segunda venida quienes acosan a Damien con el objetivo de asesinarlo pero consiguiendo resultados más que desastrosos. El final, a mi gusto, es muy bueno, a tono con la religiosidad de la premisa y no falto del elemento sorpresa. Por lo demás, en esta última versión de la historia, Damien Thorn nos regala unas reflexiones y discursos a mi juicio extraordinarios. Por citar, en una habitación secreta de su mansión donde guarda la efigie de un Jesús flagelado, proclama entre las sombras: “Padre mío, señor del silencio, supremo dios de la desolación, a quien la humanidad todavía se niega a aceptar, da fuerzas a mi propósito de salvar al mundo de una segunda prueba de Jesucristo y de su podrida religión mundana, han sido necesarios dos mil años, muéstrale al hombre a cambio los embelesos de tu reino, inculca en él la grandeza de la melancolía, la divinidad de la soledad, la pureza del mal, el paraíso del dolor”.


De destacar es también que la película original es ganadora a dos premios Oscar por las categorías de mejor banda sonora y mejor canción original, a cargo del talentoso Jerry Goldsmith, autor del Ave Satani, pieza estrella del filme que todo gótico viejo y nuevo que se precie de serlo conoce al detalle. Sobre las disertaciones, cuando se nos pidió pensar en qué haríamos si nuestro hijo fuera tan diabólico como Damien Thorn, se me ocurrió que si mi hijo fuera el Anticristo, siendo yo hombre, entonces no sería mi hijo. Pero por otro lado, si te van a poner los cuernos con alguien, mejor que sea con los del diablo ¿no creen? ¿O ustedes qué opinan?



Nota: Es bien sabido que no se trata de una trilogía sino de una tetralogía. Pero la cuarta entrega es tan mala y tan absurda es su propuesta que, como el Padrino III, vale más hacer como si nunca hubiera existido.


-Isidro Morales "El Juez"

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