Bestiario del Horror, presenta:
Golem: Orígenes, Verdad y Muerte.
Golmi ra’u ënékha weäl-sifrekha kul’lam yikkatévu yamim yutsáru wlo’ [welo] ‘ejad bahem.
-Transliteración fonética del hebreo arcaico, Tenaj, Libro de los salmos, Salmo 139, Versículo 16, que reza: “Tus ojos vieron mis miembros en formación; estaban todos registrados en tu libro; a su debido tiempo se formaron, hasta el último de ellos”. La forma “golmi” da lugar al vocablo de “Golem” moderno.
Lo que vitaliza a los mitos es la fe en ellos depositada, dichas creencias no resultan trascendentes por basarse en acontecimientos empíricos sino por las implicaciones políticas que tienen para cada sociedad capaz de evocarlas, que son variaciones de su arraigo estético y cultural para los pueblos. Lo que un grupo de gente puede considerar tabú, para otro puede significar el camino a la salvación. El Golem y todas las leyendas se han creado en torno al mundo humano, a imagen y semejanza del destino que a todas las personas en este les espera.
Etimología.
En hebreo moderno, el nombre proviene de la palabra "guélem" (גלם, gélem), materia, en dicho idioma, la expresión "jómer guélem" (חומר גלם, ḥomer gélem) significa materia prima. La palabra Golem aparece en la Biblia, en Salmos 139:16, donde significa "mi forma sin conformar", connotando un ser humano inacabado. En las traducciones al español se suele ver como "embrión". Asimismo, el Mishnah, compilación de las leyes religiosas del judaísmo, emplea la expresión para designar a una persona inculta. “No seas Golem”, es un refrán común en Yidis, idioma conocido como judeoalemán, para advertir a las personas que no hay que actuar de un modo irreflexivo o que deben evitar comportarse de manera torpe.
Introducción.
La primera mención al Golem data del siglo II D.C. y la recoge Abraham Bibago, filósofo y teólogo judío que vivió en Aragón a mediados del siglo XV. Nos habla de un sabio que creó un ternero y un varón mudo a partir de materia inerte, empleando para ello sus conocimientos sobre las cualidades de Yahveh: “Y parece que ese sabio (Rava), por su sabiduría de la naturaleza en el segundo sentido, creó un varón, es decir, hizo mediante la mezcla y combinación de elementos una forma semejante a la forma del hombre, y R. Havy (o Rav Zeira, según la fuente) lo vio y habló con él pensando que era un hombre, pero como no poseía la forma humana completa, que es la forma intelectual (…) no le contestó ni una palabra”. Este sabio era llamado rava o rawa, título honorífico para los hombres santos que guarda posible relación con el “rabí” actual entre los judíos. Y es probable que se tratara de Aba Arija, descendiente de Shimi, un hermano del rey David. De todo ello se deduce que la historia del Golem ha sido transmitida por la ortodoxia judía y su tradición oral desde tiempos muy remotos. Se trata de un mito que mantiene estrecha relación con los fundacionales de la creación del mundo y Adán, de quien se dice que fue el primer Golem, y con reinterpretaciones posteriores a partir del cristianismo con Jesucristo como un ser humano también engendrado sin un padre terreno, así como con el de los ángeles y las potestades celestes, seres etéreos, carentes de voluntad y creados para servir a dios y a la humanidad y de los cuales, contradictoriamente, una fracción acabaría por rebelarse para conformar las milicias demoníacas.
No fue sino hasta el siglo XVI que dos figuras históricas establecerían la configuración que se volvió mundialmente célebre: El rabino polaco Elijahu de Chelm y el rabino Jehuda Löw Ben Becadel, también de origen polaco, pero que en el transcurso de su vida se trasladaría al gueto judío de Praga, localidad para la que resulta una figura emblemática, y de quien ciertos registros genealógicos aseguran es descendiente el actual papa emérito Benedicto XVI. La leyenda suma varias vertientes de la tradición mágica medieval que versan sobre la alquimia, la brujería y la cábala, esta de estricto origen judío, y conceptos universales tales como el animismo y el espiritismo. Sobre la alquimia, Paracelso fue el primero en registrar la creación hermética de un homúnculo a partir de materiales sin vida y el empleo de la piedra filosofal, un ser vivo capaz de seguir órdenes pero que siempre acababa por volverse contra su creador. La cábala, por su parte, se basa en el dogma de una intrincada correspondencia entre las palabras y las cosas. Dado que Yahveh creó al universo a partir de la expresión, cabe decir, de la palabra, esta compleja escuela del pensamiento místico asegura que las 22 letras del alfabeto hebreo (como los 22 arcanos mayores del Tarot) se asocian íntimamente con todo lo que existe en el mundo material. No es impresionante, entonces, que se le atribuya a las palabras la capacidad de dar la vida. Hágase la luz.
La leyenda y sus versiones.
Judah (o Yehuda) Loew ben Bezalel o Jehuda Löw Ben Becadel, conocido como el MaHaRaL, quien nació en Poznań, Polonia o bien Worms, Alemania, en el 1520 y murió el 17 de septiembre de 1609, en Praga, actual República Checa, cuyo nombre significa “Judá León” y en cuya tumba en la actualidad es posible apreciar la efigie del León de Judá en clara referencia al personaje, símbolo que además posee un trascendental significado para los judíos equiparable a la estrella de David, fue un rabino, astrónomo, filósofo y amigo cercano de Tycho Brahe y Johannes Kepler que contaba con el beneplácito del rey Rodolfo II, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Rey de Hungría y Bohemia, Archiduque de Austria y entusiasta del ocultismo. Esta última amistad, y por lo demás el añejo antisemitismo de todas las eras, le granjearon a sus congéneres la no desdeñable antipatía de los habitantes gentiles de Praga, ciudad donde en el momento de su cercana relación con el rey vivía Jehuda Löw. Por esa razón a través de los estudios de las sagradas escrituras de la cábala el rabino procuró la creación de un ser sobrenatural capaz de defender al gueto (habitáculo judío) de toda clase de ataques provenientes del exterior. Este ser sería el Golem. Para tal proeza se cuenta que Jehuda empleó una fórmula conocida como shem, que es uno de los nombres de Dios o la palabra con la que el propio Yahveh otorgó el don de la vida a humanos, plantas y animales, la cual en las versiones más populares del mito era EMET – verdad, en hebreo -para levantar a un pequeño hombre de barro que él mismo fabricó a partir de arcilla tomada de las orillas del río Moldava. Pero, dado que el rabino no era Dios, no pudo sino dotar a la criatura de una vida carente de voluntad, apenas una marioneta dispuesta a seguir sus órdenes y falta de raciocinio sin la habilidad de hablar (porque el Verbo sólo está reservado a los hombres). El ser, que creció hasta cobrar una constitución de gran fortaleza física, se caracterizaba por seguir las indicaciones de un modo tan literal como contraproducente dadas sus limitadas facultades mentales. Según una anécdota, un día la mujer del rabino le pidió que sacara agua del río, a lo que el Golem obedeció de tal manera que extrajo el líquido sin parar, desviando el acuífero de su cauce hasta inundar el gueto. La vía para animarlo utilizando el shem, la palabra sagrada, era según las distintas versiones inscribiendo dicho vocablo en su frente o escribiéndolo en un pergamino o unas tablillas que luego se introducían en algún orificio del cuerpo de la criatura. El Golem no bebía, no comía, no dormía, no se cansaba y su trabajo rendía por el de varios hombres (el empleado perfecto). Y al menos a esta unidad hecha por Jehuda, se le atribuyó el nombre de pila Josef o Yossele. La versión de Elijah Ba'al Shem o Eliyahu Ba'al Shem de Chełm, gobernador de Lublin, rabino mayor nacido en 1550 y muerto en Chelm, Polonia, en 1583, por otro lado, establece que este sabio erigió una criatura de la materia (Heb. Golem) y forma (Heb. Tzurah), a la que le colgó en el cuello el shem EMET, y que crecía indefinidamente, de tal manera, que el rabino tuvo miedo de que el Golem abarcara el tamaño de todo el universo, por lo que decidió retirarle el Sagrado Nombre y la criatura volvió a convertirse en polvo, no sin antes agredir a su creador, a quien, según quién relate los acontecimientos, le dejó cicatrices en la cara o al derrumbarse le cayó encima, aplastándolo. Verdad o no, la cronología proporcionada no deja lugar a dudas. Es un hecho que Eliyahu murió a una edad temprana incluso para la época. Cifra que según la numerología es de culminación iniciática (la edad de Cristo, el grado 33 del rito masónico escocés antiguo y aceptado, entre otras) y que guarda relación con la propia leyenda: Se dice que el Golem revive cada 33 años.
La culminación de la versión de Jehuda es bastante conocida aunque también presenta varias interpretaciones. Según una, Jehuda tenía que retirar el shem de las inmediaciones del Golem o borrarlo de su frente todas las noches para que este se desactivara. La otra asegura que sólo tenía que hacerlo durante el Sabbat, que es quizá el más estricto y célebre de los ritos judíos, el cual según la ortodoxia dicta en líneas generales que hay que guardar reposo emulando a Dios durante los siete días de la creación, desde el viernes por la tarde hasta el sábado por la noche (el nombre del día sábado, como resulta obvio, proviene de este culto, mientras que domingo lo hace de domine, palabra en latín que significa señor o dios; vendrían a ser el día del descanso y el día de dios respectivamente). Ambas variantes coinciden con pertinencia en la necesidad irrestricta de inhabilitar al Golem, ya que de lo contrario se corría el albur de que este se descontrolara. Y concuerdan en lo demás a partir de este punto. Un viernes por la tarde, durante el Sabbat, la hija del rabino se enfermó gravemente, por lo que este, distraído y ocupado en atenderla, pasó por alto su rutina pues le está permitido a los judíos hacerse cargo de los convalecientes durante el rito, y el Golem, viéndose vivo en un momento de máxima apatía social, cuando todos los demás estaban descansando, se enloqueció con una violencia e ira tales, que destruyó todo el gueto matando a varias personas en el proceso. Para detenerlo fue preciso que el rabino retirara el shem del cuerpo del Golem. Pero ya sea que haya tenido que arrebatar el pergamino o la tablilla con la fórmula mágica, o que haya borrado la palabra divina de su cuerpo, la más significativa de las explicaciones es el que afirma que Jehuda Löw eliminó la letra aleph (“א”, la primera del alfabeto hebreo y que simboliza el inicio de todas las cosas) de la palabra EMET, dejando solo el vocablo MET que significa muerte, desvaneciéndose la vida del cuerpo del Golem en el acto. Convirtiendo al otrora ser fuerte y trabajador, en tierra sin alma. Polvo eres y al polvo retornarás.
La mitología posmoderna, por su parte, sugiere la existencia de varios tipos de Golem que han llegado a ser monstruos típicos y acompañantes de los héroes en las aventuras de los juegos de rol. MMORPG, RPG, videojuegos de todas las clasificaciones y D&D, sumados coinciden en inventariar: Golem de carne, hechos de materia orgánica y que no vendría a ser sino un tipos de zombies cuya anatomía es reacomodada en el orden correcto, para reanimarlos por medio de técnicas de expertos nigromantes; Golem de arcilla, como el de la leyenda clásica mencionada, de piedra y de hierro.
Nazis.
Las versiones de la historia que nos llegan sobre el siglo XX no son mucho menos enrevesadas que las de la Edad Media o la arqueología, como vamos a ver. Los amigos astrónomos de Jehuda, estos son Brahe y Kepler, representaron un segmento importante en el trabajo conjunto que hicieron con Galileo y Copérnico para probar la teoría heliocéntrica y en general todas las ideas por las que la Inquisición de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana quemó a Giordano Bruno: Que hay un número infinito de sistemas solares y de planetas en el universo. Pero El Zohar o Libro del esplendor, grimorio cabalístico escrito según se dice por Moisés de León en la España del siglo XIII, ya lo declaraba. Fue para los gentiles, por lo tanto, que dicha aseveración cobró repercusiones inaceptables. Si el espacio ocupado por la cúpula del cielo era infinito, ubicar a dios resultaría imposible. Jehuda, sin embargo, declaró que Dios no estaba en algún lugar físico por encima de nosotros sino que habitaba en las innumerables combinaciones de la palabra, porque está escrito que en el principio, era el Verbo (más o menos como para el hinduismo y su Hare Krisna, interpretación que también data del siglo XVI). Todo este entramado de conocimientos esotéricos fascinó tanto a Rodolfo II como a Hitler. No es un secreto que el führer era en extremo supersticioso y durante la Segunda Guerra mundial, luego de que la Wehrmacht y las SS ocuparan Checoslovaquia y exterminaran, de 1938 a 1945, a las tres cuartas partes de la población judía de Praga, Hitler, según crónicas locales, aconsejado por Himmler quien a su vez recibía los reportes directos de Heydrich, comandante nazi asignado a las regiones de Bohemia que llegó a ser nombrado gobernador adjunto del Reich en Bohemia-Moravia, autorizó la utilización del Golem para ganar la guerra. Heydrich dirigió entonces a un pelotón llamado “El comando Golem” con la misión secreta de apoderarse de los restos de la criatura sin vida y llevarlos hasta Berlín, al cuartel general del Estado Mayor del Tercer Reich. El cuerpo, como es de esperarse, nunca fue encontrado.
Pero aquí hay más de un testimonio que se contradicen. Después de que Jehuda le retiró la vida al Golem, los habitantes de Praga, avergonzados porque su propio deseo de protección, ya que ellos habían sido los que le exigieron a Jehuda que creara al Golem en primer lugar, ocasionara tantos males, recogieron los restos de barro de la criatura y los llevaron al ático guenizá de la Sinagoga Staronova (Vieja-Nueva), la segunda más vieja de Bohemia y la más antigua de Europa, presidida por Jehuda. Se cuenta que sus restos permanecieron ahí durante siglos hasta que en 1883 una declaración aseguró que el cuerpo había desparecido. Es posible, dicen los habitantes del gueto de Josefov, nombre parecido al del Golem de Jehuda, que hayan sido enterrados en un viejo cementerio del distrito Žižkov donde muchos años después se instaló la torre de un canal de televisión (interesante, porque la televisión es la principal hacedora de Golem en la actualidad). Pero hay otros reportes que afirman que el registro de 1883 es falso y que fue inventado para confundir a los incautos. Sobre los nazis, existen dos teorías en este sentido. Una, que un soldado subió al ático e intentó apuñalar al Golem pero murió en el acto, hecho que nadie vio. Y la otra, que dos altos funcionarios de las SS siguieron el mismo camino, pero sobre este suceso sí que hay supuestos testigos directos que al menos desde las afueras del recinto, incluso pudieron señalar la hora en la que los soldados atravesaron sus puertas para nunca más salir. La realidad histórica es que nadie pudo dar pruebas fehacientes de haber visto nunca al Golem, pero eso no impidió que en todos los incidentes del nazismo relacionados con el mito acontecieran eventos interesantes. Los nazis no destruyeron Praga, por alguna razón habían decidido dejar la ciudad intacta para construir en ella su perturbador "Museo exótico de una raza extinta", antes de toparse con una enconada y sorpresiva resistencia en el gueto de Josefov, la cual alcanzó su clímax el 4 de junio de 1942 y en la que llegaron a ser expulsados por los checos. La estatua de Jehuda Löw que no fue destruida por los alemanes ni en ningún momento durante la guerra o por la posterior ocupación soviética, ha sobrevivido ilesa hasta nuestros días. Humo sobre espejos que alimentan la superstición.
Cultura y actualidad.
La influencia del Golem de Praga sobre la cultura y el pensamiento contemporáneos es desde luego vasta. En esa ciudad, para la que es tan importante como la figura de Kafka., se venden infinidad de suvenires y recuerdos con el motivo de la criatura. Fruto de toda esta influencia son El moderno Prometeo de Shelley, versión que aúna la necromancia con el Sci Fi que fue el más novedoso en su tiempo, y películas como Terminator, Blade Runner y Matrix, por citar casos muy conocidos. Goethe escribió “El aprendiz de bujo” luego de visitar la sinagoga Staronova de Praga. Y, por supuesto, no es posible dejar de mencionar la novela de Gustav Meyrink, la obra más completa que se ha escrito sobre este tema y que su autor tardó siete largos años en completar.
Para hacerle justicia a El Golem de Meyrink, tendría que escribir otro artículo del doble de extensión y por lo menos cinco veces más documentado que este. Pero me temo que en la actualidad dichas aventuras metodológicas pueden espantar a más de un lector. Me arriesgaré, en cambio, con una comparación humilde pero hermética, que sé que Meyrink habría entendido. La pelusa que se queda en el filtro de la secadora, que no está sucia sino que es una versión sublimada de lo que son las prendas de vestir, es a la tela lo que el plasma a la materia corriente. Así pues, la obra de Meyrink es a las culturas mágicas de todo el mundo lo que la pelusa que se queda en el filtro de la secadora a la tela de las prendas de vestir que metemos en esta máquina capaz de servirnos (otro Golem, espero que mi secadora no esté tramando ahorcarme mientras duermo, aunque ya me ha perdido un par de calcetines…). El alcance de su novela fue tal, que incluso Lovecraft lo menciona en más de una ocasión en su ensayo “Horror sobrenatural en la literatura” (1945).
Es evidente que también Lovecraft fue influido por este mito, que no deja de tener claros elementos de horror. Borges, en 1958, escribiría uno de sus mejores poemas también sobre este tema. Luego, en 1970, en su cuento Guayaquil, de El informe de Brodie, diría en voz de sus personajes:
“—¿Usted es de Praga, doctor? —Yo era de Praga — contestó. Para rehuir el tema central observé: —Debe ser una extraña ciudad. No la conozco, pero el primer libro en alemán que leí fue la novela El Golem de Meyrink. Zimmermann respondió: —Es el único libro de Gustav Meyrink que merece el recuerdo. Más vale no gustar de los otros, hechos de mala literatura y de peor teosofía. Con todo, algo de la extrañeza de Praga anda por ese libro de sueños que se pierden en otros sueños. Todo es extraño en Praga o, si usted prefiere, nada es extraño. Cualquier cosa puede ocurrir. En Londres, en algún atardecer, he sentido lo mismo”.
De obligada referencia es la trilogía del cine mudo y expresionista alemán, escrita, dirigida y actuada por Paul Wegener y Henrik Galeen, basada más en acontecimientos actuales a partir de la antigua leyenda que en la novela de Meyrink, conformada por las películas que llevaron como título El Golem (1915), El Golem y la Bailarina (1917) y El Golem: Cómo vino al mundo (1920).
Otras menciones importantes me parecen el relato de Clive Barker, “En las colinas, las ciudades”, de Los Libros de Sangre Volumen I, sobre un Golem multitudinario que es a la vez una crítica política del estado soberano y una reflexión sobre la condición humana ante al nacionalismo. La imperdible serie de HBO estrenada el 2 de Octubre del 2016, Westworld, con las excelentes interpretaciones de Evan Rachel Wood y Anthony Hopkins, de calidad impecable, un brillante argumento basado en la tesis de la mente bicameral y una película con el mismo nombre de 1973, de premisa semejante pero que no alcanza el grado soberbio de profundidad explorado en la versión televisiva, y un soundtrack que incluye algunas de las mejores canciones de la música pop que, festivamente, resultan no ser las más conocidas, reinterpretadas con el tono de una pianola de taberna típico de los spaghetti western. El pasaje del Quenta Silmarillion de Tolkien, en que el Valar Aüle, deseoso de tener pupilos, decide crear en secreto a los siete padres de los enanos, los cuales en un principio no podían tener vida propia fuera del pensamiento de su hacedor puesto que ese don sólo podía ser otorgado por el dios mayor y todopoderoso, Ilúvatar, quien descubre a Aüle y este, arrepentido de lo que ha hecho por considerarlo una afrenta contra su superior, decide destruir a su creación pero los enanos se muestran temerosos, lo que no quiere decir otra cosa sino que Ilúvatar les otorgó por compasión el don de la vida que le era exclusivo. Y por último pero no menos importante, a uno de mis personajes predilectos de la ficción de todos los tiempos, la supercomputadora HAL 9000 de 2001: Una odisea espacial.
Inquisiciones.
Dos aspectos de estas leyendas cabe destacar en lo referente a la mitología comparada: La ejecución de un Golem según las tesis cabalísticas exige a su autor haber alcanzado un cierto grado de plenitud en lo concerniente a la santidad. Y nótese además, que siendo contemporáneos Eliyahu vivió en Polonia y Jehuda era también de origen polaco, de hecho, Jehuda se fue a vivir a Praga ya a una edad avanzada. Con todo, no sabemos si había alguna relación entre ellos o si se trata de una coincidencia histórica avivada por la falta de evidencia. Si es esto último, no sería extraña, nos referimos a un tiempo en el que los recursos técnicos no se alejaban mucho de los conocidos por un Cristóbal Colón cuyo lugar de nacimiento aún se pone en duda, o por Dante, de quien conocemos la obra pero no qué edad tenía al escribirla. Trascendía entonces no la novedad cotidiana (como ahora que padecemos un exceso de noticias y es la abrumante información la que nos oculta la verdad) sino sólo cierta obra filosófica, artística y algún hecho político. Todos ellos, aspectos de la vida humana que el mito del Golem atraviesa con sus múltiples significados. Y aunque se ha querido ver en él también la posibilidad técnica no registrada de la construcción de robots en la Europa medieval, falta de pruebas empíricas desmorona dicha afirmación igual que a un Golem sin vida. Es necesario añadir, en cambio, que la fabricación de autómatas impulsados por agua o por vapor ya se visualiza desde el siglo I D.C. con la aparición esporádica de genios que vendrían a ser otra forma de hombres santos, constructores de sus propias invenciones como Herón de Alejandría, Arquitas de Tarento, el ingeniero chino Su Sung y Al Jazarí en el mundo musulmán. Lo que no quiere decir que el Golem como mito no nos sugiera los riesgos de la incorporación de autómatas a los procesos productivos de la economía, sino todo lo contrario, alcanza sus niveles más intrincados al predecir los peligros de la inteligencia artificial y de la biotecnología, como veremos más adelante (el Golem puede no ser tan idiota siempre, sino que después de todo, puede sólo estar fingiendo).
"El hombre, amo y no esclavo de la técnica", mural de David A. Siqueiros.
Es evidente que el mito del Golem significa mucho más que la historia de una escultura antropomórfica hecha de barro, dotada de movimiento gracias a la magia. Aristóteles decía que la característica primordial de la vida es que está dotada de automovimiento, pero Aristóteles nunca vio un auto Tesla conducirse por sí mismo, pero ¿qué es la vida? La historia del Golem, entendida como un cuestionamiento profundo sobre su origen y el de la consciencia, nos da ciertas pistas no desdeñables. Porque esta leyenda, en todas sus representaciones, no es sólo también otro mito fundacional sumado a aquellos con los que se relaciona, sino que es el mito por excelencia conectado con gran cantidad de circunstancias de cada manifestación del tiempo presente para los seres humanos. Su sentido fabuloso encarna un sinfín de alegorías. Nos habla, metafóricamente, de los objetos que compramos con el fruto de nuestro trabajo, por ejemplo, que pagamos a crédito y con el tiempo irrecuperable de nuestras vidas, dos avatares de la confianza (credititus, credere, latín para creer), creencia depositada en la usura para construir nuestras sociedad y la otra, fe ciega en los ciclos limitados que todos cumplimos en este mundo, en que mañana veremos el sol y así sucesivamente. Objetos los citados que adquieren no pocas veces más valor que el tiempo y el trabajo mismos, cobrando sobre nosotros un poder que dadas ciertas circunstancias de descuido, la falta de precaución, descansar a nuestras anchas aletargados por la diáfana regularidad de la rutina o estar preocupados sólo por nuestros familiares más cercanos y sus necesidades apremiantes, sin pensar en las de aquellos con quienes compartimos este gueto global, podrían tener la fuerza para destruirnos. No por otra cosa que los recursos se hacen las guerras y los genocidios. Todos conocemos o hemos escuchado una historia en la que alguien mató a alguien más por una simple gorra, un reloj, un territorio o un montón de papeles llamados billetes. El Golem es entonces también cada uno de esos objetos privados de pensamiento a los que, a través del uso de la palabra, cabe decir, de las relaciones humanas, les hemos otorgado una vida propia con la capacidad eventual de superarnos. Una pistola, una bomba atómica o la quijada de un burro, que podrían vivir animados con la única magia de nuestra voluntad pero exterminarnos (como el grito en la cinta de Karloff: ¡Está vivo, está vivo!).
Pero también tiene un sentido más literal. Desde que la ciencia del siglo XX vislumbró como factible la aparición de androides, máquinas o simples computadoras capaces de pensar (de soñar con ovejas eléctricas; es curioso, porque la función de las ovejas en relación al sueño no es su figuración mientras dormimos sino contarlas para poder dormir, pero recordemos que las máquinas, como el Golem, no necesitan descansar, para tales criaturas entonces la vida podría ser un sueño consciente de dimensiones interminables), la polémica en torno al tema ha sido intermitente. Desde las leyes de Asimov a las escatológicas advertencias de Stephen Hawking, así como las aseveraciones de su amigo Roger Penrose, de que nunca podrá haber tal cosa como una Inteligencia Artificial a menos que se trate de ingeniería biológica, pasando por el reciente dibujo hecho por un poderoso prototipo de Google Incorporated en el ramo, sobre la vida humana a partir de la información que dicha “consciencia electrónica” extrajo de Internet (el dibujo es aterrador); aún no sabemos lo que las máquinas van a significar, en toda su gloria o malignidad, para la civilización. Pero el Golem nos retrotrae a su propuesta. Las máquinas, como la bestia de arcilla, son unas entidades interesantes en cuanto tienen la capacidad de crecer. Comienzan siendo un martillo o un desarmador en el taller de un hábil artesano luego de haber yacido como simples partículas de materia prima enterradas en algún lugar del subsuelo, y acaban, por las magias de la lógica y de la técnica, convertidas en enormes líneas de ensamble industrial con el ímpetu de invertir sus papeles con respecto a sus creadores. Ya no son más, apéndices en las manos del carpintero o del herrero, sino que es ahora el obrero, entorpecido por la monotonía de su tarea, quien resulta ser el apéndice de las máquinas. Pero su avance no puede detenerse, sería absurdo suponerlo como lo habría sido para Jehuda pretender que los judíos no se defendieran en el gueto de Praga, o como lo fue para Eliyahu, quien por miedo al crecimiento del Golem murió cuando intentaba destruirlo. Luego, la hostilidad en estas historias es también un símbolo de la mayor de las hostilidades posibles, la de la precariedad. El odio a los judíos, como el miedo a todos los extraños y extranjeros, es el recelo a que los recursos no sean suficientes. El elemento antisemita del relato, del que el Golem es primero un escudo y luego un ejecutor, convertido en una afirmación mecánica del prejuicio, pues no sin ironía él mismo mata a muchos judíos, cumple varios propósitos. Respecto a la carencia, las máquinas nos ofrecen una solución acaso fatalista. Hay que satisfacer las necesidades de millones de personas pero sólo podemos hacerlo de una manera que podría dejarlas sin la posibilidad real de satisfacerse al excluirlas. En otras palabras, para el Golem crecer significa transferir su naturaleza a su creador y a la inversa. Él, considerado inferior, sufre una metamorfosis que lo induce a superar a quien lo hizo. A este dilema, el propio Jehuda Löw Ben Becadel en sus escritos nos alecciona con un epígrafe que habría que saber interpretar, porque no hay que olvidar que también nosotros somos un reflejo del Golem:
"Adán fue dotado de la excelencia de la imagen divina... pero no tuvo la base para sostener esa excelencia... Por eso los defectos se pegaron a Adán y a las generaciones siguientes inmediatas... Su gran proximidad al momento de su creación, fue responsable de este fracaso (Derej Hajaím en Abot 5:2). Las naciones al igual que los individuos viven de acuerdo a la naturaleza. Solamente lo que se ajusta a las leyes de la naturaleza puede perdurar. Sólo la naturaleza que el Santo Bendito le ha dado a cada ser, lo sostiene para que pueda seguir existiendo... La dominación de una nación por otra es contraria a la naturaleza, cada nación está destinada a ser libre".
Estaremos o no de acuerdo con las palabras del rabino, pero no podemos dejar de admitir que había buenas razones para considerarlo un hombre santo. Porque de lo que nos habla aquí es de que la inevitable libertad de todo ser humano es lo que lo define como tal. No importa cuán esclavizado esté un individuo, cuánto de su raciocinio le haya sido arrebatado junto con su capacidad del habla o para expresarse libremente, en el decurso imparable de su porvenir, la libertad le está garantizada. Ya sea que consiga la emancipación en verdad (emet), rompiendo sus cadenas materiales o psíquicas, haciendo pedazos el shem que lo obliga a ser un simple juguete de sus superiores (todos los productos de la enajenación), o en la muerte (met), ninguna forma de opresión es eterna como no lo es nuestra vida al menos en este plano y en las circunstancias actuales. Para Hegel, la dialéctica es una estructuración adquirida por la historia para definirse a sí misma al contradecir todas las circunstancias de su momento presente. Para Marx, dicha concepción adquiere dimensiones materiales y no sólo hipotéticas. El Golem es su precursor mítico, porque no se trata de un fantasma, sino de una figura hecha de barro del que se dice, fueron hechos también los hombres. E incluso si imagináramos una sociedad futurista compuesta sólo por máquinas en la que una computadora central coordinara todos los objetivos para la existencia de los demás autómatas de jerarquía inferior, este mito nos demuestra que, aún entonces, la aparición de cierto virus gradual, de cierta virtud en el perfil de algún algoritmo espectrales, de un defecto de programación intrínseco o los efectos mismos de la eternidad, acabarían por hacer que las maquinas obedientes se rebelaran para ser libres. Pero aún hay más. Con las palabras arriba citadas Jehuda también nos habla de madurez. La libertad no es una condición espontanea, porque el árbol de la voluntad se siembra con las semillas de la contradicción. O lo que es lo mismo, el Golem no fue liberado, se liberó, cuando las condiciones le fueron propicias. Lo que también es un enraizado simbolismo. Se libera de noche y durante la celebración del Sabbat. La noche es una acepción alegórica que implica la duda y el crecimiento que trae todo cuestionamiento, la noche en el mito es la noche del alma y la noche del tiempo, que nos ordena concebir que no hay verdades sin preguntas en la naturaleza, la madurez que llega luego de la juventud representada por el día. Esto es válido tanto para las sociedades en su conjunto, como para las mujeres y los hombres en lo personal. Por otro lado, el que la liberación de la entidad se haya dado precisamente en el Sabbat guarda un sentido no menos técnico: Justo cuando las potencias opresoras de una minoría, de una persona, de un pueblo, se distienden en sus fuerzas, es el momento de contrarrestarlas. Los creadores de un Golem, existente o metafísico, están creando también a su verdugo.
Stanley Miller, científico estadounidense conocido por
sus estudios sobre el origen de la vida.
Otro alcance conceptual de este mito es el del origen de la vida en la tierra, dilema que es para nosotros y hasta hoy, el origen de la vida en todo el universo, pues no conocemos otras procedencias. Porque aun con la validez de teorías físicas comprobadas una y otra vez en los grandes aceleradores de partículas, que versan sobre la existencia de universos paralelos infinitos y multiversos membrana, la paradoja de Fermi continúa alzándose como un inmenso signo de interrogación que aún nos sigue resultando molesto. Y pese a que ya se ha creado vida artificial en algunos laboratorios (la síntesis en 2010 de un microbio bautizado como Syn 3.0, que contiene la menor cantidad de genes necesarios para que un organismo logre reproducirse y ser funcional, 473, siendo el genoma menos extenso posible, por citar un caso) eso no resuelve el enigma. Si somos capaces de crear vida a partir de materia inerte, nosotros seguimos siendo su causa, y aún no la hemos visto surgir sin nuestra intervención; si la vida fue creada en la tierra por las reacciones químicas espontaneas de las probabilidades, o en cualquier otra parte por las mismas causas y luego exportada a través de la panspermia, ¿por qué no tuvieron lugar más orígenes diversos y por qué no parece ser más abundante en el cosmos? A veces pareciera que no es tan desatinado hablar de universos infinitos como de la posibilidad de un dios infinito. Por otra parte, el mito abre las puertas del infierno y del cielo a la par, porque, y este es el alcance más elevado de su hermenéutica, resulta que destruye las paredes que hay entre las categorías filosóficas de mecanismos y organismos, siendo el Golem un híbrido monstruoso entre ambas condiciones. Si es posible crear organismos tal como se fabrican mecanismos, bacterias como se diseñan encendedores o microondas, velociraptors jardineros como en “2061: Odisea 2”, o estamos perdidos o estamos salvados, no hay términos medios: Pandemias, enfermedades superresistentes, mortandad en cuestión de segundos, extinción; o la cura para todas las enfermedades, la juventud eterna, comida infinita, inmortalidad y utopía. Todas las fantasías que la biología es capaz de proporcionar, escritas como si de cábala molecular se tratara, con las letras de un idioma no verbal sino de nucleótidos que ni siquiera necesita tantos caracteres como 22, porque le basta con 4, A, T, C, G (adenina, timina, citosina o guanina). En La trilogía de la Oscuridad, Guillermo del Toro y Chuck Hogan afirman que la biología es el lenguaje divino. Este mito nos revela entonces que la senda para lograr la mayor de las proezas es la que devela el misterio hasta ahora esquivo de la esencia de la vida. Si domináramos y habláramos sus complejos dialectos químicos, tendríamos la solución a todos sus problemas y tal vez otros dilemas nuevos se avecinarían, diferentes y que en nuestro primitivo estado no podemos siquiera suponer. O seríamos dioses. Y es que la clave para entender la vida - como la de este mito que nos habla en esencia de un ser esclavizado que se alza a partir de la materia vil (el barro es también un símil del excremento), de la que, con dios o sin él, tuvo que haber surgido toda forma de ser vivo, no hay otra posibilidad - parece estar ligada con arraigada intimidad también a las vicisitudes de la depredación y la explotación. El mito es la historia repetida hasta le eternidad de los hombres que quisieron ser como los dioses y fueron castigados por ello, la Torre de Babel, Adán, los científicos que traspasan todos los límites entre la vida y la muerte con su comprensión tipo ingeniería inversa de la realidad. Pero también es una difusa relación de dobles, doppelgänger y espejos psicológicos, semejante al alcance que le diera Meyrink en su novela, en la cual el Golem es un reflejo espiritual del protagonista con el que este debe reconciliarse para lograr la redención. Pero una noción más general, es la del propio mito originario, en que el Golem debe rebelarse contra su creador porque quiere ser libre como él, pero en que su creador, al haber creado al Golem no ha podido evitar rebelarse también él mismo contra su propio hacedor, dando así rienda suelta a su deseo no sólo de crear vida, sino de asemejarse a dios. La dicotomía creador/creado encuentra una correspondencia inmanente a la de sujeto/objeto, pero que se enriquece porque en esta adaptación el objeto de repente cobra vida ¿Cómo reaccionaríamos si un día nuestra licuadora nos dijera que está deprimida? Es ridículo, una licuadora no tiene consciencia, sin embargo hace tan sólo 30 años la idea de una computadora que nos cupiera en la palma de la mano sonaba tan ridícula como la de una licuadora que se quiere suicidar.
Parafraseando a George R. R. Martin en una de sus mejores novelas, los avances técnicos capaces de paliar el hambre no pueden dejar de multiplicar a los hambrientos mientras cabalgan junto los cuatro jinetes del apocalipsis. La solución a eso sería el expansionismo. Tendríamos que ser capaces de colonizar otros mundos para no acabar en una guerra entre inmortales aquí en la tierra (aunque sé de buena fuente que la principal causa de muerte entre los inmortales es el aburrimiento). Como sea, abiertas las puertas del paraíso, es lógico pensar que el nivel tecnológico necesario para poblar otros mundos representa un grado de desarrollo tal, que en comparación con nuestras circunstancias actuales resultaría disparatado. De tal manera, que un solo individuo podría ser capaz de generar la aparición de vida en ecosistemas planetarios aislados de los demás, sólo para entretenerse o para cualquier otro propósito, sin posibilidad alguna de que la vida inteligente producida en su mundo particular pueda entablar relación con la de los mundos de sus otros amigos dioses. Tal vez sí somos la granja de hormigas de un niño cósmico llamado Yahveh después de todo.
No es posible encontrar una relación directa entre el Superman de los EEUU y este superhéroe judío, pero sí entre la imagen en la que aquel basa al menos su nombre, el Übermensch de Nietzsche (de quien se dice que era antisemita, ¡vaya difamación!). Para el Zaratustra alter ego del filósofo del martillo, que no para el histórico, el superhombre era el ideal encarnado, hecho verdad, del que habría de venir para invertir todos los valores humanos, demasiado humanos, de su tiempo. Mientras que el sabbat judío, según la Torá, es una celebración que cada semana evoca la llegada del mesías. Primer paralelo. Por otra parte, la rebeldía del Golem, que para nosotros es un asesino pero que desde su propia óptica sólo estaba reafirmando su existencia, incorpora un elemento de relatividad moral y de fractura ética con los valores de sus predecesores que es bastante nietzcheana. Sólo resta añadir, que el Golem es un símbolo de toda minoría o incluso mayoría que ha anhelado la justicia o el poder para los suyos a la largo de la historia. El pueblo judío, epítome de disciplina y espiritualidad, que ha sufrido en su propia carne la persecución fanática por casi mil años, era la cuna lógica de un mito tan rico y elevado.
Conclusiones.
Según los registros, el rabino Jacob ben Shalon arribó a Alemania proveniente de Barcelona en 1325 y sentenció que la ley de la creación es el inverso perfecto a la ley de la destrucción. Si es así, es porque el Golem representa la protección ante las hostilidades de un mundo ajeno (antisemita en este caso, o la hambruna) pero encarna también el peligro de toda creación. Simboliza no sólo en el sentido literal la rebeldía de los obreros modernos y la llegada de los autómatas que habrán de reemplazarlos en sus labores, las convulsivas revoluciones de los esclavos o acaso de los robots en sus respectivas épocas, del siglo XX en adelante, sino el cuestionamiento atemporal de todo aquello que nos hace humanos y como tal, merecedores natos de determinados privilegios, de dignidad, lo que en los sucesivos acontecimientos dio y dará lugar a figuras análogas al derecho civil y nuevas formas del orden histórico y social. La creación en este mito refleja el advenimiento de valores futuros para la vida, desde el embrión en formación en el vientre materno hasta los clones incubados que flotan en líquido amniótico dentro de los cilindros de una nave espacial, o de máquinas dotadas de la capacidad de soñar, todo lo que hacemos, toda obra humana, un asesinato, la música con que Carl Orff acompañaría unos cantos goliardos hallados en un manuscrito, el presente artículo, toda aquella indivisible unidad que logra más que la suma de sus partes para trascender a las intenciones de su autor y que, a imagen y semejanza del homúnculo de barro de la leyenda praguense, puede hablar con el lenguaje no codificado de los hechos y no sólo con el de los signos, es también un Golem.
Epílogo.
La primera vez que supe del Golem fue cuando a los 6 años me compré una revista de Disney que incorporaba al personaje de Ciro Peraloca (mi favorito) dando una exposición sobre la historia de las computadoras. Hoy puedo decir que este escrito fue también un Golem. Hacerlo no fue fácil, entre las ajetreadas idas y venidas de todos los días, darme el tiempo y hacer el esfuerzo de escribirlo representó un reto intelectual y muchas horas de lectura. Se me rebeló varias veces, sin embargo, haberle arrebatado el pergamino con la palabra sagrada habría significado acabarlo prematuramente. La idea de añadir deliberaciones y más componentes de lo habitual obedece a la necesidad de que se trate de información que no se encuentre en ningún otro lugar de internet, de otro modo no habría tenido sentido publicarlo. Quiero dedicarlo a la memoria del rabino Jehuda Löw Ben Becadel, cuyos escritos me resultaron tan interesantes como difíciles de hallar.
- Isidro Morales "El Juez"
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