Edward John Moreton Drax Plunkett, 18vo Barón de Dunsany, mejor conocido como Lord Dunsany, fue un escritor y dramaturgo inglés de origen irlandés, nacido en Londres, Inglaterra, en 1878. Es reconocido principalmente por sus relatos de fantasía y por la influencia que ejerció en autores como H. P. Lovecraft, J. R. R. Tolkien, Jorge Luis Borges y Arthur C. Clarke (este último con quien mantuvo correspondencia). La fortuna familiar le permitió viajar a lugares como África, Grecia e Irlanda. Combatió en la Primera Guerra Mundial y la Guerra de los Bóers, fue un gran tirador y cazador, maestro de literatura inglesa en Atenas y campeón de ajedrez en Irlanda. Su obra incluye relatos cortos, novelas, poemas, memorias y piezas teatrales. Murió en 1957, legando al mundo literario obras como Cuentos de un Soñador, El Libro de las Maravillas y Los Dioses de Pegana, entre muchas otras.
El siguiente texto es parte de su libro Los Dioses de Pegana, en el cuál Dunsany crea una mitología propia donde El Creador Increado, MANÁ-YOOD-SUSHAI, duerme al ritmo del tambor de Skarl, el Tamborilero; cuando este deje de tocar, MANÁ-YOOD-SUSHAI despertará y será el fin de la creación y el comienzo de un nuevo universo.
De la Calamidad que Acaeció a Yun-Ilara junto al Mar y de la Construcción de la Torre del Fin de los Días.
Cuando Kabok y sus miedos hubieron descansado, la gente buscó un profeta que no temiera a Mung, cuya mano se alzaba contra los profetas. Y finalmente encontraron a Yun-Ilara, que era pastor y no temía a Mung, y la gente lo llevó a la ciudad, para que pudiera ser su profeta. Y Yun-Ilara construyó una torre junto al mar que miraba al Sol poniente. Y la llamó la Torre del Fin de los Días. Y al final del día, Yun-Ilara subía a la cúspide de la torre y miraba hacia la puesta de sol para lanzar sus maldiciones sobre Mung, gritando: “¡Oh, Mung, cuya mano se alza contra el Sol, a quien los hombres aborrecen pero adoran porque te temen, aquí se alza y habla un hombre que no te tiene miedo! Asesino, señor de la muerte y la oscuridad, aborrecible, inmisericorde, haz el signo de Mung contra mí cuando quieras, pero hasta que el silencio selle mis labios por el signo de Mung, ¡maldeciré a Mung en su cara!” Y la gente de las calles cercanas miraban maravillados hacia Yun-Ilara, que no temía a Mung, y le llevaban regalos; sólo en sus casas, una vez caía la noche, rezaban de nuevo con reverencia a Mung. Pero Mung dijo, “¿Puede un hombre maldecir a un dios?” Sin embargo, Mung no se acercaba a Yun-Ilara mientras éste lanzaba sus maldiciones sobre Mung desde su torre junto al mar.
Y Sish lanzaba el Tiempo a través de los Mundos, y mataba las Horas que tan bien le habían servido, y conjuraba más desde la extensión intemporal que hay más allá de los Mundos, y las lanzaba de nuevo para asaltar a todas las cosas vivientes. Y Sish convirtió el pelo de Yun-Ilara en blanco, e hizo crecer hiedra sobre su torre, y cansancio sobre sus miembros, pero Mung seguía ignorándolo.
Y cuando Sish se hizo un dios aún menos soportable que Mung para Yun-Ilara, dejó de lanzar sus maldiciones sobre Mung desde la cúspide de su torre cada puesta de sol, hasta que llegó el día en el que el hastío del regalo de Kib pesó gravemente sobre los hombros de Yun-Ilara.
Entonces, desde la Torre del Fin de los Días, Yun-Ilara llamó a Mung, exclamando: “¡Oh Mung, el más maravilloso de los dioses! ¡Oh Mung, el más deseable de todos! Tu don de la Muerte es la herencia del hombre, con su descanso y silencio y retorno a la Tierra. Kib no otorga más que trabajo y problemas; y Sish envía remordimientos con cada hora con la que asalta al Mundo. Yoharneth-Lahai ya no viene más. Limpang-Tung no me satisface. Cuando los otros dioses lo han abandonado, el hombre sólo tiene a Mung.” Pero Mung dijo, “¿Puede un hombre maldecir a un dios?”
Y todo el día y toda la noche Yun-Ilara seguía exclamando: “Ah, lo que daría por la hora del luto de muchos, y las coronas de flores y las lágrimas, y la tierra oscura y húmeda. Ah, lo que daría por el descanso bajo la hierba, donde los firmes pies de los árboles sujetan el mundo, donde el viento que ahora enfría mis huesos nunca llega, y donde la lluvia llega lenta y cálida en vez de impulsada por la tormenta, donde los huesos se desmoronan plácidamente en la oscuridad.” Así rezaba Yun-Ilara, que en su juventud y estupidez había maldecido a Mung y nunca lo había apreciado.
Y aún hoy, desde el montón de huesos que es todavía Yun-Ilara, esparcidos alrededor de la base de la torre que construyó, surge una voz estridente que se entrelaza con el viento, clamando por la misericordia de Mung, si es que existe.
-Philip Ashton Brown-
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