Para poder sobrevivir, los dioses del pasado se han convertido en sus propios diablos.
- Anton LaVey
El monoteísmo que, desde Aristóteles pasando por Santo Tomás de Aquino, ha llegado hasta nosotros es el producto de un largo esfuerzo de la razón discursiva que quiere reducir todo a la unidad como método para conocer y quizás también dominar. La concepción monoteísta occidental es en gran medida un puro producto de la razón.
- J. L. Cunchillos, Religión cananea y religión israelita en el Pentateuco
Este mundo, el mismo para todos, no lo hizo ninguno de los dioses ni de los hombres, sino que ha sido eternamente y es y será un fuego eternamente viviente, que se enciende según medidas y se apaga según medidas.
- Heráclito
Para Heráclito de Éfeso el mundo es fuego. Tuvo esa visión en una tierra antigua para nosotros pero ya vieja entonces, de túnicas de lana basta y música de flautas y tambores, de monumentales palacios en las hondas arenas del desierto y templos a la orilla de mares bravos que eran gobernados por la fría naturaleza del bronce y del hierro. Una era de monarcas y de cientos de dioses, de ritos que se trasmitían a través de las migraciones y el comercio, cuyas coronas se forjaban bajo el yugo de la conquista o se comunicaban de generación en generación. El fuego de Heráclito fue entonces anunciado como un dilema que se convertiría en la piedra angular de toda la filosofía occidental, que el fuego, una vez extendido sobre todos, todo lo consumiría. Mientras que Parménides de Elea profesaba la eterna inmutabilidad de la existencia. Esa primitiva bifurcación dio pie al más arraigado pleito teórico que vuelve a repetirse a través de los milenios cada vez que los filósofos llevan sus pasos hacia el irresoluble problema del ser y el tiempo, y debaten e intuyen, como lo hizo Robert Frost consigo mismo en su poema Fuego y hielo, que el mundo podría estar condenado por los vertiginosos cambios que lo componen o podría petrificarse lentamente, a merced de la fatal permanencia de las cosas. Pero el fuego es también un elemento de apariencias y tal vez la única verdad imperecedera sea que todo cambia sin remedio, conservando algo del original en las nuevas formas. Una misma hoguera es una máscara que nos muestra en la danza de su combustión todas las ocultas veleidades de la luz y la nitidez de sus sombras, igual que los cristales en un copo de nieve nos deleitan con el brillo y la refracción. Así, esos dioses que históricamente mudaron sus nombres y aspectos como las llamas de Heráclito, continúan hoy y sobreviven, al menos en sus símbolos, idénticos, como congelados para quien descifre sus misterios.
El vuelo de Moloch de William Blake (1809)
Moloc, Moloch, Molech, Molek, Melek, Milcom
Historia
Los orígenes de Moloch y el culto moloquita son inciertos. Se sabe que fue un dios adorado en múltiples manifestaciones por los cananeos, fenicios, cartagineses, babilonios, caldeos, filisteos, israelitas, sirios, asirios, sidonios y otros pueblos semíticos desde por lo menos el 3000 a.C. hasta el auge del imperio romano. Con un nombre y culto que sufrieron muy diversas deformaciones según la época y el lugar donde se le invocara, en este sentido es impreciso decir que se trata de una misma deidad, pero si se le reduce a su representación más extendida, que no fue la única, de un ídolo forjado en bronce de rasgos bovinos, a veces con cuerpo humano y cabeza de algún bóvido, res, toro o becerro, usando corona y un cetro real, su influencia puede rastrearse en la geografía del próximo oriente donde crecieron las milenarias ciudades de Biblos, Sidón y Tiro, desde Menfis hasta las zonas ibéricas (hoy España), pasando por el estrecho de Gibraltar y toda el margen del Imperio Persa occidental hacia el siglo VI a.C. El perímetro sur del mar Mediterráneo, bajando desde Turquía en Asia hasta el norte de África en Egipto y Marruecos, y en Europa, desde Grecia e incluso la isla de Creta y las regiones orientales de Chipre hasta abarcar una parte de Italia, fueron lugares habitados por civilizaciones de creencias moloquitas. Se cree que su origen primordial fue cananeo y que su culto se extendió a través de las rutas comerciales de los fenicios. Aunque ciertamente la religión de Moloch ocupó un lugar secundario entre las colonizaciones de estos pueblos, por debajo de los dioses Baal y El, ambos también de posible origen cananeo y más tarde unificados en una misma figura llamada Elohim por los hebreos, en Cártago fue la excepción. La enorme distancia hacia el occidente donde los habitantes provenientes de Tiro edificaron Karthadast ("ciudad nueva"), luego conocida como Cartago por los emisarios de Roma, les proporcionó cierta independencia y permitió que en el centro de toda esa extensión se alzara una imponente ciudad rodeada de leyendas y cuna de otros mitos trascendentales como el de Rómulo y Remo, hoy meras ruinas en Túnez declaradas patrimonio de la humanidad, que tuvo por máxima deidad a Moloch.
En Huellas del espíritu en la prehistoria castellonense, Joan Llidó i Herrero señala que E. Cuadrado, luego de investigar diversas fuentes del imperio romano concluyó que la cultura grecolatina asoció tras diversas conquistas a sus propios dioses con los de la península ibérica, y establece una tabla de comparaciones para este fin, entre las que aparecen Hércules/Herácles/Melkart y Tanit/Hera/Juno/Astarté/Deméter, pero continúa, indicando que previo a esta asimilación, la necesidad de tener un dios nacional por parte de los muchos asentamientos fenicios, también llamados los poeni por los romanos de donde se derivó luego la palabra púnicos, una deidad guerrera y omnipotente, protectora de las ciudades, llevó a estos pueblos a edificar religiones solares con sus templos, como en el caso de Cartago, entre los que destaca la sincronía de los dioses Kronos, Saturno, Zeus, Apolo y Moloch. Estas deidades masculinas asociadas con el sol, en contraste con las femeninas que eran simbolizadas por medio de la luna, fueron representadas con muchos animales como lobos, jabalíes, reptiles y hasta palomas, pero, asegura este autor, ninguno tuvo mayor eco ni se difundió más que el toro como epitome de lo divino. Esto trajo consigo, como es natural, infinidad de guerras, pues amenazaba la fe del entonces primitivo e incipiente culto del dios Yavhe. La lucha era tanto espiritual como política, pues los templos ocupaban el lugar de centros transnacionales que unían, por encima de la lengua y de la raza, a las distintas naciones separadas por su ubicación. Tal como señala Isaac Asimov en su libro La tierra de Canaan, Baal era tan sólo un patronímico honorífico cuyo significado era "Señor" (como el lord del inglés actual), asociado innumerables veces al nombre de reyes y señores a todo lo largo del Mediterráneo sur, sin embargo, sí hubo por lo menos en la ciudad de Tiro un poderoso culto a un dios con este nombre, Baal, al que se enfrentaron los yavhistas por oponerse a la idea de un dios que era casado, ya que su esposa, la diosa Astarté o Ishtar, al ser de sexo femenino ofendía a la religión de Abraham, de fuertes tradiciones masculinas que se remontaban a los días de peregrinación en el desierto y de opiniones muy cerradas en lo relativo a la moral sexual, por lo que todo lo concerniente a diosas de la fertilidad les parecía pecaminoso. De ahí que en algunas de estas tradiciones producto de tantas mezclas se haya dado por sentado que Moloch como dios era hijo de Baal/El y Astarté/Ishtar, los dioses supremos de la creación.
Ruta comercial de los fenicios
Los sacrificios humanos eran una de las principales liturgias de todos los cultos bóvidos del mundo antiguo en casi todas partes. Sin importar si eran fenicios, mesopotámicos o cretenses, a los ídolos con forma de toro o res, becerro dorado o de bronce, en la edad precisamente del bronce o en la edad del hierro se les ofrecían tributos de sangre para salvar cosechas o para salvarse ellos mismos de los ejércitos extranjeros. El propio término “tortura” podría provenir de la palabra “toro” y célebre es el Toro de Falaris, que data del siglo VI a. C. y que según Píndaro fue llevado hasta Cartago proveniente de las tierras de los etruscos, también de influencia fenicia, como un cruel método de martirio consistente en una estatua de bronce hueca con forma bóvida en la que era introducida la víctima para luego ser calentada por una hoguera y producir así, con sus gritos ahogados por el metal, un sonido semejante a mugidos. No obstante, lo que en la actualidad conocemos sobre Moloch y sus ritos nos llega de manera indirecta, a través de estudios arqueológicos, de algunos pasajes de la biblia y de una escaza colección de crónicas de la época que lograron perdurar, entre las que se encuentran la de Plutarco en De Supersticiones, la de Diodoro Sículo, la de Teodoro y la de Clitarco en un comentario sobre la República de Platón, que cita José Luis Córdoba de la Cruz en su Breve historia de los fenicios: “Al ver venir al Sumo Sacerdote de Moloch vestido de túnica púrpura, color de pureza, le pregunté cuál es el origen del culto. Me contestó que en los tiempos primordiales hubo una gran catástrofe y hoy en día, si no fuera por los sacrificios para fertilizar la tierra, serían piedras lo que se encontrase en ella. Entonces, en medio de una plataforma había una estatua de Cronos, con las manos extendidas sobre un brasero de bronce, las llamas que engullen a los niños. Cuando las llamas alcanzan el cuerpo, sus miembros se contraen y la boca abierta casi parece reír, hasta que el cuerpo contraído se desliza resbalando al fondo del brasero. Así es que esta mueca se conoce como risa sardónica, puesto que ríen al morir”. Teodoro, por su parte, recoge que cuando Agatocles sometió a Cartago, las familias nobles ofrecieron a sus propios hijos recién nacidos en sacrificio reemplazando a los niños pobres que habitualmente se le ofrendaban, relata que el sacrificio era acompañado de un escándalo de instrumentos musicales entre los que se encontraban flautas y tambores para acallar el llanto de los niños mientras que a los padres se les tenía prohibido llorar, y que en ocasión de esa gran ofrenda, la gigantesca estatua ardiendo al rojo vivo en el centro de la ciudad dio un espectáculo tal que hasta los soldados del enemigo se asomaron a través de las murallas que ya tenían sitiadas para ver el holocausto en sola noche de más de 300 niños, hijos tanto de ricos como de plebeyos. La estatua solía ser de bronce y hueca, los niños eran introducidos por la boca que estaba abierta y la figura tenía los brazos extendidos con las manos unidas y las palmas hacia arriba en gesto de recibir el sacrificio mientras dentro se encendía un fuego que se mantenía ardiendo con intensidad, a veces los brazos contaban con articulaciones que podían ser accionadas mediante el uso de cadenas para que los niños puestos en sus manos ascendieran hasta ser llevados a la boca del ídolo, donde caían en su interior para morir abrasados. Este rito era conocido como mlk o molk. Atrocidad que sería rechazada por los romanos más tarde, pero algo pervivió.
Moloch recibiendo las ofrendas de niños en Cártago
Demonología y otros dioses
En sus comentarios a las ilustraciones posteriores añadidas y su “demonographia”, el Dictionnaire Infernal de Jacques Auguste Simon Collin de Plancy, en sus ediciones de 1818 y 1863, nos da la siguiente descripción: “Moloch, príncipe de la tierra de las lágrimas, miembro del consejo infernal. Fue adorado por amonitas bajo la forma de una estatua de bronce sentada en un trono del mismo metal, teniendo una cabeza de becerro adornada con una corona real. Sus brazos se extendían para recibir víctimas humanas: Se le sacrificaban niños. En la obra de John Milton es un horrido y terrible demonio cubierto con las lágrimas de madres y sangre de infantes. Los rabís aseguran que, en el interior de la estatua del famoso Moloch, dios de los amonitas, habían sido colocados cuidadosamente siete tipos de gabinetes. Uno se abría para la harina, otro para tórtolas, un tercero para una oveja, un cuarto para un carnero, el quinto para un becerro, el sexto para una res, el séptimo para un niño. Es por ello que se ha dado lugar a confundir a Moloch con Mithras y sus siete puertas misteriosas con las siete cámaras. Cuando se desea sacrificar un niño a Moloch, se enciende un gran fuego en el interior de la estatua. Sin embargo, para no escuchar su adolorido llanto, sus sacerdotes tocan estruendosamente tambores y otros instrumentos al rededor del ídolo”. En un folletín impreso en Madrid en 1692, titulado "Historia del origen, invención y milagros de la sagrada imagen de nuestra señora del Almudena", dice en castellano arcaico: "Por los años de 53, con la misma autoridad, leemos que la rebelde adoración de los hijos de Siguenza edificó un magnífico y hermoso Templo al Dios Moloch, en donde idolatraban también los pérfidos Hebreos por costumbre antigua, dándole horrorosos cultos en feliz memoria del grande Osiris, Rey de Egipto, y padre que fue de Hércules, Rey de España, por los grandes beneficios que recibieron los Españoles de la generosa distributiva y sabia prudencia. Este Templo se presume que permaneció hasta el Imperio de Constantino Magno, que mandando derribar el ídolo suyo, le hizo consagrar al verdadero Dios”. Pero fragmentos significativos de estas versiones se encuentran influidos por la tergiversación que el auge del cristianismo medieval exageraría o añadiría, adaptando descripciones a la visión de la iglesia más de mil años después.
Según los editores de la Enciclopedia británica, el término Molech, como también se le llama a Moloch, podría reflejar una transliteración intencional de las vocales presentes en “bosheth”, que significa ignominia, y las consonantes de “melech”, que quiere decir rey, ambos términos hebreos, en semejanza al término Baal. Aunque se desconoce si esa combinación se dio como respuesta al rechazo posterior por el culto de este dios que recoge el Antiguo Testamento en varios pasajes bélicos entre los hebreos y algunas naciones moloquitas o sectas hebreas de esta misma fe, o si se deriva de la denominación Moloch, de origen griego, que aparece también mencionada varias veces en la biblia. De ser el primer caso, la pronunciación original del nombre se habría perdido para siempre, mientras que la permanencia de la versión griega y sus variaciones obedece con toda probabilidad a que la base de los escritos que sirvieron para la recopilación de la biblia católica en el Sínodo de Roma hacia el 382 d.C., estaban redactados en su mayor parte en griego. Tales transiciones del lenguaje podrían ocultar una relación histórica con otras deidades arqueológicamente enraizadas en las mismas regiones donde hace más de cinco mil años, y por lo menos hasta los tiempos de San Pablo, habitaron estas naciones adoradoras de Moloch. Tal es el caso de Mammón, dios arameo de la riqueza y la prosperidad, en el presente entendido como un demonio de la codicia; Mantus, dios etrusco del inferno (en la actual Italia); Marduk, deidad máxima de la urbe de Babilonia; Milcom, deidad amonita; el también hebreo, Mastema, sinónimo para Satanás o el enemigo; o el más polémico si cabe, Melek Taus, también conocido como Shaytan y cuyo culto ha sobrevivido hasta nuestros días por medio de la religión de los yazidíes, con fuerte arraigo en Iraq, cuya teología acoge la creencia de que Melek Taus es un jerarca supremo o arcángel de un grupo de siete seres santos que dios dejó a cargo de la creación, que guarda cierta analogía con las figuras de las religiones abrahamánicas de Satanás y Lucifer, respectivamente, y al cual identifican como "El ángel del pavo real", por lo que le rinden culto a la efigie de un animal de este tipo. No obstante el hecho de que la religión yazidí es de corte pacífico y legal, y que la raíz del nombre de su deidad, Melek, por una parte, se desconoce (de ahí que pueda representar una reminiscencia de Moloc o más precisamente de Molech), y Taus se cree que proviene de la partícula griega theos, que significa dios, emanada del nombre del dios supremo del panteón helénico, Zeus, sus creyentes han sido objeto de persecución desde el siglo XVI por considerárseles adoradores del diablo, en especial por musulmanes fundamentalistas, hasta años recientes. Melek Taus, por otra parte, también tiene una configuración apolínea, de adoración solar, ya que el nombre de Zeus proviene del término protoeuropeo “dyaus”, significante de luz y fuerza, por lo que todos estos dioses que guardan evidentes semejanzas en sus nombres se relacionan entre sí no sólo etimológicamente, sino a través de sus ritos pues son, en suma, deidades, todas ellas masculinas, asociadas en esencia al sol como entidad dadora de vida y a todo lo que de ahí se infiere: Agricultura, fuego y hasta sangre y carne.
Moloch del Diccionario Infernal
La sangre del toro sagrado
El culto a los dioses toro se encuentra ya presente en la más alta antigüedad plasmada en las pinturas rupestres a todo lo largo del Mediterráneo. Su transformación en fábulas mitológicas es variable y recurrente. Desde Gugalanna, el gran toro del cielo de la remota mitología sumeria representante de la constelación de Tauro, en la vetusta Mesopotamia, al mito cretense del minotauro, que algunos autores coinciden en que guarda semejanzas con la adoración de Moloch, hasta llegar a la transformación del mismo Zeus en este animal, son incontables los vestigios arqueológicos hallados con formas taurinas, estatuillas de bronce, pictogramas primitivos y en cerámica, por las que sabemos que existe un claro linaje que desciende de la más simple adoración a las reses y llega hasta el culto de las más elaboradas deidades solares y sus sacrificios de sangre y mordaces ritos iniciáticos, llegando hasta el presente siglo, para Llidó i Herrero, en la abominable práctica de la tauromaquia y otros rituales de iniciación ejecutados por tribus africanas que suelen ataviarse con máscaras de toro como una forma religiosa de emular la fuerza de esta especie. La razón por la cual se asocia a un toro con el sol podría deberse a que estos dioses eran en esencia metáforas económicas: Eran deidades de la agricultura y la ganadería. La religión cananea, que hunde sus raíces en la mítica Babilonia, en uno de sus más antiguos folclores tenía por dios mayor a El, de quien se decía que era hijo Baal, y este último era también identificado como un becerro. La misma Cartago encuentra en su fundación un mito que incluye a un toro: La princesa Dido, luego de escapar de la ambición de su hermano Pigmalión con el tesoro de su esposo Siqueo, llegó junto a un grupo de seguidores a la región habitada por los libios, donde le pidió a un rey tierras para edificar una ciudad, pero este, renuente a dárselas, le dijo que sólo le daría las que cupieran en una piel de toro, y Dido cortó con astucia la piel de un espécimen de esta clase de estas bestias en finísimas tiras para así abarcar la inmensa extensión donde finalmente levantó su visionaria urbe, en la que Moloch habría de cobrar incontables ofrendas de niños durante siglos.
El Moloch de las siete cámaras
Cristianismo y sincretismo: Moloch inspirando a Jesús
Moloch y el culto moloquita, con las diversas denominaciones de dioses afines, en especial la de Milcom, aparecen numerosas veces citados en el Antiguo Testamento. Es referido como una deidad extranjera a la que en ocasiones le rendían tributo ciertos reyes hebreos apóstatas e incluso podría tratarse del becerro de oro que adoraron los judíos cuando Moisés bajó del monte Sinaí. Se le menciona en el Levítico, en el Primer Libro de los Reyes, en Sofonías, en el Segundo libro de reyes, en el testimonio del profeta Jeremías y en el libro de Amós. También es citado en el Nuevo Testamento en el libro de los Hechos. En uno de esos pasajes (1 Reyes 11:7) se asegura incluso que el rey Salomón llegó a construir un templo en honor a este dios. Pero la relación entre Moloch y el cristianismo no sólo es de enemistad, sino una mucho más profunda, al grado, de que pueden considerarse interpretaciones distantes de un mismo cuerpo de creencias.
En el judeocristianismo los símbolos bóvidos o unidos significativamente con estos ritos brutales son también varios. El sacrificio de Isaac interrumpido por Yavhe fue una manera en la que se estableció que la nueva religión iniciada por Abraham veía los sacrificios fratricidas como un tabú. A pesar de esto, los hebreos sacrificaban corderos en honor a su dios y miles de años más tarde el cristianismo adoptaría la figura de un sacrificio humano, la del hijo de dios, también llamado por obvias razones “el cordero de dios”, como elemento clave de su doctrina. Pero igual se ha visto en este sincretismo una absorción de aspectos de otra religión más antigua, el mitrhaismo, que fue aceptada por los romanos durante el imperio y que compitió fuertemente con el cristianismo por ser la religión oficial de Roma, ya que, en realidad, ambas creencias comparten inmensas similitudes: Su principal dios era también asociado con un pastor (al igual que otro dios babilónico llamado Tammuz), que en su nacimiento fue adorado por pastores, fue bautizado en un manantial sacro y comió del fruto de un árbol sagrado con cuyas hojas confeccionó su ropa en los inicios del mundo. Pero en el mitrhaismo, como se puede deducir, no podía faltar la idea de un toro primordial, este fue enviado por el dios sol y el dios Mithra, análogo a Adán, lo domó y le dio muerte para crear la vida. Sobre este toro se dice que Mithra, por consejo de un cuervo enviado por el dios sol obtuvo de su sangre el vino, como la sangre de Jesús en la llamada transubstanciación, trigo de su columna vertebral, análoga al pan que Jesús entregaría como su cuerpo, y animales de su semen purificado por la luna. Como vemos, en el cristianismo sólo el aspecto sexual desaparece (menos mal, de lo contrario con una connotación sexual habría sido muy ingrato todo aquello de “Tomad y comed todos de él”, como si no fuera ya suficiente con las connotaciones semivampíricas).
Está claro que en el mundo antiguo imperaba el politeísmo, la dominación universal del monoteísmo es de hecho bastante tardía. Y aunque hoy sólo vemos, en su mayor parte, sectas de una misma religión monoteísta, en la antigüedad con bastante frecuencia los ritos y símbolos de una religión traspasaban las fronteras de otras y se intercambiaban, en un proceso más horizontal que vertical. Como es de suponerse, el tópico del dios bóvido presente en los mitos de Moloch, el toro del mithraismo, el minotauro, Saturno y Jesucristo mismo representado como el cordero de dios, sublimación del “chivo expiatorio”, con el de un padre celestial que recibió los muy diversos nombres de El, Baal, el mismo sol, Zeus o Yavhé, unido a la noción de un sacrificio con elementos como la sangre o el fuego para conseguir la comunión entre estas figuras y la humanidad a través de la purificación de los pecados o la redención ante la tragedia universal del nacimiento, el llamado más tarde pecado original, es un continuo que viaja desde el infanticidio y el sacrificio de los propios hijos a Moloch, a Saturno devorando a sus propios vástago hasta la entrega misma del propio hijo divino del cristianismo, Jesucristo, en una inmolación sagrada para salvar según estos mitos al mundo y a la humanidad del mal, como un ciclo que se repite con incesante frecuencia en todas las religiones que han dominado occidente desde los albores de la civilización. Tomando esas razones en cuenta, la verdad es que el cristianismo es una especie de síntesis y suma final de todas estas creencias que a su vez comparten inmensas similitudes entre sí con otras formas de fe incluso más antiguas como las de Mesopotamia (Babilonia y Asiria) y las de Egipto, hecho que nos invita a pensar que todas podrían tener un arcaico origen común o estar basadas en los mismos arquetipos no sólo mitológicos y psicológicos, sino incluso, socioeconómicos. Respecto a Saturno es importante señalar un par de conceptos: Su relación con el cristianismo inicia con las saturnales, celebración de la agricultura y ciclos de la cosecha, posteriormente entendida como fiesta pagana que no devendría a ser otra cosa sino en la primitiva forma de conmemoración de la Navidad. Es evidente, por lo demás, que en algunos casos los papeles de padre e hijo se invierten, como en el dúo Zeus/Saturno, ya que para la cultura grecolatina Zeus era el hijo de Saturno y Saturno era el que devoraba a sus hijos, mientas que Saturno se asocia con Cristo, que fue el sacrificado por su dios Padre. Pero esto podría encontrar una nada satisfactoria explicación en el misterio de la santísima trinidad cristiana, pues tal confusión histórica es un reflejo imperfecto de la propia hipóstasis, por sí sola bastante confusa.
Y a todo esto, cabe preguntarnos, ¿dónde está el tercer elemento de la trinidad, el del espíritu santo, y qué relación tiene con los dioses paganos de la antigüedad hasta aquí mencionados? El cristianismo también lo tomó de mitos anteriores. No sólo es una reinterpretación del citado cuervo del mithraismo y otra versión más del pavo real que encarna a Melek Taus, sino casi una copia estilizada de otra ave legendaria más relevante, el Fénix de Egipto. Del Bennu egipcio, llamado Fénix por los griegos, se dice que se convirtió en ser por sí mismo y que era el ba de Ra, el dios supremo de la tradición egipcia, también de culto solar. El ba, es significativo mencionar, era el equivalente para los egipcios de lo que el cristianismo entendería posteriormente como el alma o espíritu inmortal, como inmortal era el Fénix. El Fénix también, como es sabido, es un ser mitológico igualmente ligado al fuego, como lo es el espíritu santo en el rito de Pentecostés y las lenguas de fuego habladas por los apóstoles tras el milagro de su primera aparición en el Nuevo Testamento. Por lo demás, es con precisión en los apóstoles y su posterior configuración apocalíptica adoptada por la iconografía católica y replicada en no pocos de sus templos, que mejor se puede apreciar todo este cúmulo de sincretismos. Dicha representación ya clásica de los cuatro apóstoles del evangelio por símbolos totémicos pareciera sintetizar el eclecticismo de varios ídolos no cristianos con el propio cristianismo: San Mateo representado con un hombre, posiblemente Mithra, Adon, Adonis o Tammuz, San Marcos con un león, el león de Judá (Ver el artículo “Golem: Orígenes, Verdad y Muerte” en el Círculo Lovecraftiano y de Horror), San Lucas con un buey en referencia a todos los ídolos bóvidos mencionados más arriba comenzado por Moloch (nótese que un buey es un toro castrado), y San Juan con un águila, posiblemente el Fénix o hasta el águila del Imperio romano. El fundamento bíblico para esta asimilación se encuentra en el Apocalipsis, capítulo 4, versículos 6 y 7: “En medio del trono y en torno al trono, cuatro vivientes llenos de ojos por delante y por detrás. El primer viviente, como un león; el segundo viviente, como un novillo; el tercer viviente tiene rostro como de hombre; el cuarto viviente es como un águila en vuelo”.
En resumen Moloch, como mito indivisible y como historia no de una sucesión de tradiciones, sino como una plenitud de símbolos acordes, es también el signo del fuego purificante que a su vez representa al alma, como el del espíritu santo. Por otro lado, los recién nacidos en el catolicismo aún son bautizados pero con agua, lo que podría guardar relación con la noción de los elementos primordiales de la naturaleza; el fuego y el agua son elementos que el misticismo universal considera como inmanentes a la purificación. La idea del nacimiento como una tragedia ocurrida en el comienzo del tiempo (la cosmogonía cuyo punto de partida es una catástrofe, un acontecimiento accidental y lamentable, un huevo que se rompe por la desobediencia humana, la condenación desde el más remoto principio y el concepto de pecado original), es también una reminiscencia de innumerables tradiciones orales y escritas, en las que al hacerse carne, el espíritu se llenó de oscuridad. La tragedia como origen de la vida humana y de la materia, esta idea de un mundo ajeno al mundo material es también de acepción platónica, y sabemos que Platón era contemporáneo del rito molk y que quizá lo conoció debido al relato de Clitarco en su comentario sobre La República; Platón estableció en Fedro de una manera no necesariamente simbólica la existencia de un universo de ideas, el Hyperuránion tópon, que no es por definición único ni indivisible pero sí eterno, del que fluyen las ideas perfectas hacia nuestro mundo, y con la propicia reinterpretación cristiana de su filosofía en la Europa Medieval, hacia el siglo XI, ese mundo de los ideas se entendería como el cielo, lugar espiritual y perfecto donde habitan dios y los suyos, completándose así el “círculo de fuego” que conecta al rito molk con los signos divinos de la filosofía escolástica, punto de partida para el cristianismo medieval.
Representación de los cultos bóvidos de inspiración solar
Los cuernos del diablo: Moloch inspirando al diablo
Al mismo tiempo, Gabriel Andrade Campo en Breve historia de Satanás, recoge que en el mundo antiguo había tres importantes deidades cornudas, una era Habuya, otro Baal, y el tercero, desde luego, Moloch, los tres, dioses cananeos. Asegura que lo mismo que Baal y sus demonios afines, Belial y Belzebú, Moloch fue convertido en un demonio del cristianismo como consecuencia de la historia de sus aberrantes ritos. También señala que el nombre primitivo que se utilizaba en tiempos del Nuevo Testamento para referirse al infierno, el Gehena, es una variante de Guehinnom o Gai Ben Hinnom, que significa el valle de Hinnom, un lugar cercano a Jerusalén donde hebreos apóstatas, incluyendo, como ya quedó establecido, al Rey Salómon, presuntamente realizaban el rito molk. Lo que sería el origen icónico, de acuerdo a este estudio, de las eternas llamas del infierno y sus tormentos.
Y si bien es posible encontrar otros paralelismos entre los más diversos retratos que la cultura moderna ha hecho de Satanás y el diablo, y los más distantes mitos arqueológicos del mundo, como lo demuestra Andrade en su trabajo de manera muy detallada al afirmar la correlación entre Prometeo y Lucifer, o el dios Pan y Osiris como los precursores del mito del príncipe de las tinieblas, y otras deidades, la verdad es que el inventario de todos los variados diseños satánicos, como las cabezas de la Hidra de Lerna, es potencialmente infinito. Pero no cabe duda que su manifestación más emblemática en las referencias incluso de la cultura popular hasta la fecha, es la de aquel ser de piel roja, con cuernos, cola y patas de cabra o carnero, que surge a partir de los cultos bóvidos, cuyo color de piel recuerda al de un flamígero metal al rojo vivo. Sobre la misma línea, es vox populi que persiste en todos los tiempos hasta la modernidad la intención de mostrar a los demonios como híbridos entre animales, especialmente bovinos, y seres humanos. Moloch como inspiración primigenia de tales diseños es un mito insertado aquí, una vez más, por esta vía, en el cristianismo, también en su lado más sombrío y moralmente perverso.
El diablo en la iglesia, de Siqueiros
En la cultura popular: Otras manifestaciones
George R. R. Martin pudo haberse inspirado en el rito molk para crear la religión del Señor de la Luz en la saga Canción de fuego y hielo, fe ficticia que como su referente en la realidad, también exige sacrificios de sangre y fuego, a la que muy hábilmente y para demostrarnos su vastísima cultura Martin no deja de añadirle toques del cristianismo. En la misma saga, el personaje del salvaje Craster debe sacrificar a sus hijos recién nacidos a los dioses del frío como una ofrenda para que respeten su vida y la de sus hijas con las que comete incesto, en lo que es otro claro tributo a estas tradiciones paganas de infanticidio. Qart, ciudad de folclore oriental que aparece en esta saga, está obviamente basada en Cartago.
Moloch aparece, como más arriba se refiere, en el poema épico de John Milton, El paraíso perdido, y en la novela ambientada en Cartago, Salambó, de Flaubert.
En el cómic Watchmen hay un villano con cara de elfo que lleva por nombre Moloch. Mientras que en la colección de Hellboy de Mike Mignola, uno de sus números más conocidos se titula En la capilla de Moloch.
En el mundo de los videojuegos, en la franquicia Mortal Kombat hay un personaje que es este demonio. Y en The Legend of Zelda: Majora´s Mask, el jefe final del segundo templo, Goth, es un toro mecánico con cara humana que permanece congelado y debe ser despertado con el uso del fuego, con posibles influencias en los ritos bóvidos.
Las variaciones entre los nombres de Morgoth y Melkor, en el Silmarillion de Tolkien, podrían responder a las variaciones entre los de Moloch y Milcom, respectivamente.
Moloch de Mortal Kombat
Sangre y fuego
La razón para santificar los sacrificios puede responder a la necesidad de los pueblos originarios que pasaron de ser nómadas al sedentarismo, de elevar a una relevancia ritual el asesinato de un animal que ha sido recluido, alimentado y criado por una población que debe tomar su carne, sangre y huesos para perpetuar su propia vida colectiva. El fratricidio como el canibalismo, por otra parte, son ritos estrictamente prohibidos en todas estas culturas al menos en sus inicios, y por tal razón el paso de una tradición evidentemente ganadera, del llamado “chivo expiatorio” y la expiación de una víctima propiciatoria perteneciente al reino animal o a tribus enemigas, a una fratricida y en particular infanticida, es algo que sólo se puede especular, quizás atribuible a la mera irracionalidad que en el fondo no dejan de encerrar todas las manifestaciones religiosas. Esto nos revela que, a diferencia de lo que ha sido creencia común y han supuesto muchos analistas del cristianismo, la noción de que el dolor, el sacrificio y en general la renuncia a la felicidad en esta tierra durante el breve lapso de nuestras vidas, son algo sagrado y necesario como rito iniciático para lograr la bendición de los dioses, era algo ya presente en las más antiguas manifestaciones religiosas de occidente. Con el triunfo del cristianismo el culto al dolor se consolidó como el pilar sobe el que se ha erguido el trágico ideal de la fortaleza moral occidental, de su añeja sobriedad, en el sacrificio entendido como elevación del ser y la sentencia no siempre verídica de que la escasez de hoy es necesaria para la abundancia del mañana. El sacrificio es así una apuesta al futuro jugada contra los incomprendidos poderes del destino y la naturaleza, del ser y el tiempo, llamados por otro nombre los dioses, padres de la superstición que hoy, para nuestra aparente fortuna, se quema en los altares de la ciencia. Pero el futuro, ese al que se le apuesta en un afán ciego de control por sacrificios, es también caprichoso, como la voluntad de los dioses o de un Moloch que se disfraza con las más cambiantes apariencias de su fuego, una cornuda máscara de bronce que en su crepitar nos muestra lo que nuestra obstinación no ha querido ver, el equívoco de que no pocas veces sacrificamos demasiado ante las creencias de nuestra propia vanidad, en aras del próspero egoísmo de nuestros afanes.
Pero, más allá del error, ¿qué obras perdurables no se han construido también sobre incendios de dolor y mares de sangre? ¿Y qué puede ser más doloroso que la muerte de un hijo, en especial, de uno pequeño? Sólo su asesinato acompañado con la más insoportable agonía, provocado por la propia mano. Que basta apenas imaginar para invocar sobre el corazón la más inmensa aflicción de las mismas llamas infernales. Porque es de suponerse que lo que sentían aquellos padres que hace miles de años, increíblemente, entregaban a sus hijos al fuego, era comparable al infierno en vida. Y que el símbolo se confunde con la realidad autoinflingida y el dolor más insoportable es el precio a pagar para alcanzar el estado de éxtasis por indolencia, son meras abstracciones que no otorgan una explicación ni definitiva ni final, ni mítica ni psicológica, para ritos con esa magnitud de barbarie y aberración. Y ese desconocimiento, esa ignorancia ante tales los actos de la brutalidad más sanguinaria que cabe concebir, por la misma razón de que no son accidentales sino voluntarios, hechos con plena consciencia pero igualmente absurdos, constituyen el elixir del horror destilado en su mayor grado de pureza.
Desde los sacrificios de fuego a Moloch a la quema de brujas en Salem y de los herejes como Giordano Bruno en la inquisición, el jormungard del asesinato en nombre de dios cierra sus puertas a cal y canto. Entregar a los propios hijos a la inmolación para salvar Cartago, pasando por su prohibición acérrima hasta llegar a Jesucristo, autoproclamado el hijo unigénito de dios y “el hijo del hombre”, entregado también al martirio para salvar por el derramamiento de su sangre a la humanidad del fuego pavoroso del infierno inspirado en el de los propios moloquitas, es toda una celebración pía de la violencia y un festín de vísceras para aves carroñeras con sotana, que no puede dejar de traernos a la memoria un pasaje de la segunda carta a los Corintios, capítulo 5, versículo 13: ¡Porque si estamos locos, es para dios!
Saturno devorando a su hijo, de Goya
Conclusión
En siete mil años de historia desde la edad de bronce, los mitos y símbolos religiosos más influyentes apenas han sufrido unas cuantas modificaciones, aunque “gracias a dios”, sus ritos sí se han suavizado bastante. A luces vista no he incluido aquí ni la cuarta parte de todos los mitos relacionados con el dios de los cristianos y su diablo, que no son, al menos desde su lenguaje simbólico, tan antagónicos después de todo. Faltó mencionar a Dionisio y profundizar más en las historias de Tammuz y Prometeo y en los relatos de las diosas femeninas, pero el tema da más bien para varias enciclopedias. No obstante, espero haber sido capaz de transmitir una idea general de los orígenes paganos (sangrientos e infanticidas origines) de ciertos rituales del cristianismo y de haber dotado de argumentos nuevos a por lo menos dos lectores ateos para la próxima vez que discutan con sus familiares creyentes. No obstante, desde aquí quiero externar mi máximo respeto a los lectores cristianos y aprovechar para decirles que la próxima vez que lleven a cabo sus cultos de influencias moloquitas, hagan el favor de NO invitarme.
Sólo me queda concluir con una reflexión que Clive Barker pone en boca de un ser infernal en su novela El demonio del libro, de nombre Jakabok Botch: “Tal vez eso sea lo que debería contarte. Sí, ¿por qué no? Tú me has obligado a revelar los defectos de mi alma; tal vez deberías oír la cruda realidad sobre tu propia gente. Y antes de que protestes y me digas que estoy hablando de una época lejana, cuando tu especie era mucho más bruta y cruel que ahora, párate a pensar. Ten en cuenta cuántos genocidios se están llevando a cabo mientras tú lees esto, cuántos pueblos, tribus, incluso naciones están siendo eliminadas”.
- Isidro Morales "El Juez"
Comments