Sus ojos recorrían la página y sus dedos sobre el touchpad daban clic en las distintas pestañas enumeradas para desplegar otras. Aparecían ante ella fotos con los nombres de los distintos prospectos de los tipos más variados, morenos, blancos, fuertes, algunos dedicados a actividades de oficina o cubriéndose apenas con indumentaria de obrero. Presionaba sobre una imagen y se revelaba una versión más detallada de cada perfil junto a más fotos del mismo hombre. Se les podía contemplar aparentando dedicarse al trabajo diario o yaciendo en una habitación de motel que simulaba cierta elegancia producida pero poco sutil, con sus típicas flores de plástico en mesitas de noche, cuadros baratos de pinturas abstractas, colchones amplios rematados en almohadas duras, espejos del ancho de una pared y sus cuerpos sobre sillones diseñados para llevar a cabo el acto sexual.
En medio de esos escenarios repetidos, aquellos posibles encuentros mostraban lo mejor de sus cuerpos ejercitados. Posaban con una mano sobre la rodilla y la otra pierna flexionada el filo de una cama, enmarcando sus bíceps entre sábanas o con un brazo tras la cabeza para que la lente captara la armonía de sus torsos emitiendo destellos bajo la iluminación de estudio profesional, se apretaban un muslo con una mano gruesa de dedos largos en una posición fetal a medio concluir, dejando que el encuadre abarcara toda la extensión de sus retaguardias ideales, espaldas nervudas rematadas en nalgas de acero antes de darse la vuelta en la siguiente imagen para exhibir sus dotes de cíclope, salvajes, amenazantes. En algunas los retrataban con disfraces emotivos a la más vigorosa masculinidad; Tarzán, Terminator, vaqueros, Ironman, batas blancas de médico constreñidas por la presión de antebrazos musculosos y un estetoscopio que caía sobre profusos pectorales, cascos de construcción y cinturones de los que colgaban herramientas intactas, martillos, taladros y destornilladores que jamás se utilizarían, trajes caros de confección a la medida con corbatas de nudos abultados, bucaneros, corsarios y hasta había uno que lucía el maquillaje y la lengua característicos de Genne Simmons de Kiss.
Auténticos fisicoculturistas y otros que ostentaban esa musculatura más bien famélica que era tan popular, todos eran fuertes y atraían con una virtud magnética. Se pagaba un alto precio por tener acceso a ese proveedor exclusivo, pero en los años que tenía comprando nunca le había quedado mal. Al principio, la primera vez que una de las amigas de su grupo se lo recomendó no estaba muy segura de que eso fuera para ella. Siempre había permanecido dudosa de seguir el juego del cortejo, en el azar de la noche podían tocarle hombres muy distintos entre sí y nada agradables, aburridos, impertinentes, violentos o algunos que terminaban defraudando tras la impresión inicial, sin mencionar los peligros que encerraban las fiestas con alcohol en exceso, podían drogarla u obligarla a hacer cosas que no quería o hasta contagiarla de alguna enfermedad en la sangre y eso le aterraba.
Así que una vez que decidió probar suerte, había conseguido su objetivo y desde entonces no había querido encontrarse con nadie del sexo masculino fuera de aquel catálogo. Vio a uno que llamó su atención, abrió el vínculo en otra ventana para no dejar atrás la principal y lo examinó con una respiración cada vez más entrecortada. Era un aperlado alto de mandíbula con ángulos rectos que aparecía vistiendo solamente un bañador azul a través del cual se adivinaban sus exageradas proporciones, su torso y abdomen estaban bien marcados y llevaba el resto del cuerpo depilado con láser. Leyó su nombre de pila en la ficha técnica. Veinticinco años, soltero, bisexual, le gustaba viajar y conocer mujeres, actor, hacía cunnilingus y tríos con mujeres pero no con otros hombres que no conoce, ofrecía beso francés, anal sólo con protección en activo pero no en pasivo, servicio de acompañante para cenas por un costo adicional. La reseña decía que (...) tiene una excelente actitud y te dará trato de amantes, no te aburrirás con él, le gusta mucho escuchar y su tacto es tierno pero firme, te sentirás segura entre sus brazos, pueda ser tan rudo como tú se lo pidas. Acercó su cara a la pantalla cuyo brillo se reflejó en sus pupilas al ver más de cerca aquel rostro y su aliento llegó a empañar la superficie. El muchacho tenía iris de un amarillo amielado, pupilentes, pensó, la barba bien recortada y un bigote varonil, el cabello con corte al ras a los costados y largo en la parte superior terminado en un tinte dorado que ya dejaba entrever algunas raíces castañas, sus pómulos, afilados y cargados de testosterona, apostillaban una nariz que lo más probable era que se hubiera operado.
Había abierto otras tantas ventanas con candidatos pero las cerró, descartándolos sin dudarlo. Llamaría a la agencia pidiendo a ese. Tomó su teléfono para marcar el número que ya tenía guardado entre sus contactos, alcanzó la bolsa que estaba sobre la mesa y mientras sostenía el celular con el hombro, extrajo la tarjeta de crédito. Lo contrataría a él, contrataría el servicio completo.
Había llegado a la cita quince minutos antes porque sabía que la mujer sería puntual, eso le habían asegurado en la agencia. No le resultó habitual que le llamaran para darle aquel precio y pensó que en otras circunstancias le habría parecido sospechoso, pero había hecho lo mismo tantas veces, y la voz de la mujer que le habló para ofrecérselo, que debía ser nueva pues nunca la había escuchado antes, había sido tan dominante pero al mismo tiempo tan receptiva, que por alguna razón que no le quedaba del todo clara se dejó llevar y había terminado aceptando. Se compró un par de zapatos de gamuza y una camisa, asistió con su mejor traje, uno azul de corte largo y la camisa abierta al cuello. No usó anillos ni reloj, siempre estorbaban a la hora de la verdad.
Pidió la habitación a través de la ventanilla y subió de nuevo el vidrio y aceleró hasta la cochera para acto seguido bajarse y cerrar el portón, sin olvidar dejar abierto. Subió el corto tramo de escaleras casi trotando después de enviar el mensaje con el número y abrió la puerta usando la tarjeta. Le encantaba el olor a limpio de las habitaciones de aquel motel que conocía tan bien, era como el aroma de la vainilla. Inspeccionó la recámara, la cama enorme y las almohadas de fundas recién cambiadas, la alfombra aspirada, el espejo casi pulido, se detuvo un momento a disfrutarlo antes de dirigirse al baño a orinar. Mientras escuchaba el flujo pesado y constante que caía en la taza pensó que la tina de baño en un compartimiento separado del escusado le agradaba, era espaciosa, con su juego de esencias aromáticas y jabones para hacer espuma, unos grifos de hipocampos y unas lámparas en forma de orquídeas a media luz. Se recostó sobre el colchón para esperar la hora y pensó en encender la televisión pero no lo hizo, en cambio se puso a revisar su teléfono luego de echarle un rápido vistazo al sillón del Kama Sutra.
En poco tiempo pudo distinguir que abrían el portón de la entrada, el motor de un auto rugió al estacionarse antes de desvanecerse, dio un ligero portazo y los tacones resonaron por la breve distancia hasta las escaleras, ascendieron aproximándose, tocó la puerta y él se levantó para recibirla. Estaba radiante y fresca, con una sonrisa que fustigó su rostro como un destello de luz solar tras una mañana de resaca. Lo miró con sus ojos muy abiertos que transmitían felicidad, sabía que él estaba a punto de decirle que no se parecía a la de las fotos pero aquel pensamiento murió con la fugacidad de los recuerdos intrusivos en su mente. Sus ojos, bordeados por sombras azules y como dos luceros hambrientos, se enfocaron en los suyos y el cuerpo de él se apartó del marco para dejarla pasar. Estaba adentro. Miró por un instante las arrugas en las proximidades de sus sienes y pómulos pero de inmediato las olvidó, borrándolas de su percepción, admirando su exuberante cuerpo tan joven y firme, casi desnudo aunque vestido con ropa que parecía una delgada capa de papel como si fuera una reina de la vida nocturna con altas botas de cuero pegadas a la tez y una minifalda negra abierta en los costados de una tela que se asemejaba al terciopelo, medias ajustadas con liguero y una blusa opalescente, oscura, diminuta y de pequeños holanes a la altura del escote que dejaba entrever el par de senos ceñidos. Sus labios eran dos heridas abiertas en la superficie lunar, de seda con el color de la sangre y su cabello planchado como rubí líquido, pulido, abrasador, con puntos brillantes de oro y betas de piedras preciosas.
El aliento lo abandonó por un lapso prolongado y empezó a experimentar mareos porque su belleza lo abrumaba. Lo tomó de la mano con sutileza y lo condujo hasta el borde de la cama donde se sentó para desabrocharle la camisa y el cierre del pantalón, se dobló para quitarle los zapatos y después los calcetines para por fin dejarlo desnudo. Era un títere manipulado por su voluntad y su cuerpo se reflejaba multiplicado hasta el infinito en los espejos encontrados de la habitación. Lo acarreó hasta el baño, donde sin soltarlo abrió la llave hasta que la regadera escupió agua caliente cuyo vapor se elevó empañando los cristales divisorios. Lo metió y empezó a desvestirse mientras la contemplaba en silencio, atónito sin que dejara de sonreír. Dobló los codos para subirse la blusa por encima de la cabeza y usó las puntas de los dedos al desatarse el corpiño, sintiendo su corazón que golpeaba acelerado dentro de su pecho cuando la mitad superior de sus senos quedaron al aire y percibió cómo latía aún con más vehemencia cuando los vio rebotar al momento en que arrojó la prenda al suelo. Eran grandes, suaves y terminados en dos pezones puntiagudos con extremos casi blancos de marcadas aureolas. Empezó a balancear las caderas doblando un poco hacia afuera las rodillas para quitarse la falda hasta que salió por sus pies, llevaba un hilo dental de una única pieza negra con dos rombos y pudo notar cómo su entrepierna se endurecía con una erección contenida pero bestial, sin realizar ningún otro movimiento deliberado, sino permaneciendo bajo el afluente tórrido cuya temperatura ya no se comparaba con la de su pelvis. Sus piernas eran voluminosas, desde los muslos rollizos hasta las duras pantorrillas de piel estirada y sus pies finos y bien cuidados terminados en uñas pulcras pintadas de escarlata, sus caderas, abundantes, rodeaban unas nalgas de complexión perfecta y enderezadas, altivas y redondas que le mostró al darse la vuelta y agacharse sin torcer las articulaciones para recoger sus ropas y colgarlas de un gancho en la pared en un movimiento que él intuyó intencional, revelando una vulva apretada y cubierta apenas por aquella fina sombra entretejida.
Su deseo se había convertido en una necesidad ardiente e incontrolable pero fue como si ella le leyera el pensamiento porque se acercó para no tentarlo más y entró bajo el chorro del agua. Era blanda como el durazno maduro y las innumerables gotas recorrieron sus hombros mojando su cabello, acalorándola y enrojeciéndola, tamborileando en su rostro, mejillas, clavículas y bajando para seguir el contorno de sus senos y costillas hasta las caderas exuberantes, reunificándose en las ingles para humectar su monte de venus. La besó de frente a la altura de las cejas atrapándola con el poder reprimido de sus antebrazos como si ella estuviera hecha de espuma de mar, inclinó los labios hasta su barbilla y sorbió el agua que caía tibia mordiendo la piel con lentitud. Lamió su labio inferior y lo devoró parcialmente sin soltarlo, lo besó pegando con vigor su cabeza a la de ella, metiendo los dedos entre sus cabellos para sostener su nuca mientras su puño resbalaba al apretar una de sus nalgas. Le correspondió tocándole la cara hasta el oído e introduciendo su brazo bajo el suyo para atenazarle la espalda y sobársela con la mano abierta en aquel abrazo empapado.
Se fundieron como lava en un beso de las bocas bajo la lluvia y la luz artificiales de la ducha cuando el espejo se nubló y la vista se les borró ante los vapores y él bajó su mano para meterla entre sus piernas por debajo de la tela de la única prenda ya mojada que aún conservaba. Pudo ver las venas verdosas sobresalir de su epidermis y percibió la proximidad de su rigidez en el vientre cuando le mordió un deltoides soltando un leve grito al momento en que por fin aferró la parte roja de su carne con un movimiento arriba y abajo de sus dedos igual a una pinza hidráulica. Su dedo medio se adentró en el hueco recóndito de su interior y la hizo gemir con un ahogado sonido que se le escapó desde lo más hondo del esófago, le mordió los pezones estirándolos con la punta de los dientes frontales y se afianzó a sus nalgas para darle la vuelta y tomarla desde atrás, le separó las piernas abriendo bien la mano y estiró el triángulo negro apartándolo con los dedos para arremeterla con el hongo alargado, petrificado y macizo que sobresalía de su perfil. La tomó de las caderas y la acercó hacia las suyas ayudado por el arrojo de ella que se frotó contra su cuerpo. Estaba adentro. Lo hizo sin protección y sin cuidado, había olvidado que esa opción existía pero fue un sexo rápido y abreviado porque explotó en su interior al poco tiempo sintiendo la densidad del líquido que emanaba de ella, tan diferente del agua que los envolvía en esa posición de animales por su fragancia dulce y su viscosidad cuando la mente se le quedó en blanco durante la eyaculación.
Lo tomó de los brazos y lo condujo hasta la recámara y nadie cerró la llave del agua porque habían pagado por todo aquel tiempo y su murmullo era arrullador como las olas o como si estuviera lloviendo en el exterior o como el torrente sanguíneo de una madre que se escucha desde el vientre. Se arrodilló ante él como adorando su magnífica potestad y le realizó rítmicas genuflexiones sin dejar de lamer, succionar y usar una mano para acunar y acariciar las dos bolas de billar que colgaban frente a su cara y que se restregaba por cada rincón de sus facciones. Le besó la punta hinchada como una manzana, estiró la membrana de la base del tallo con tal frenesí y lo apretó con tanto brío que se robusteció, creciendo aún más entre su lengua y su paladar, inflándose hasta cubrir todo el volumen del interior de su boca y alcanzando a golpear su garganta para arrasar con la úvula como lo hubiera hecho un ariete. Podía sentir sus muelas y la brisa que refrescaba su entrepierna con aquella capa adicional de humedad que era la saliva de ella y los hilillos que pendían en arcos sinuosos hasta romperse y caer a la alfombra y salpicar de brillo sus tobillos y la parte posterior de su lengua cuando prensó su cabello por la nuca y la coronilla enredándoselo alrededor de la palma de una mano antes de embestirla y escuchar la fluctuación en las compuertas de su tráquea humectada mientras le encajaba las uñas en los glúteos y hacía oscilar su cabeza con movimientos vertiginosos del cuello. Volvió a estallar en una lluvia blanca de yogurt con la consistencia de un pegamento terso que disparó igual al rocío de un pistón sobre su cara, cubriendo pestañas, labios y fosas nasales, se enderezó con las rodillas enrojecidas y se limpió con una de las toallas blancas en el tocador antes de arrojarla al otro lado del cuarto con el rímel batido sobre los párpados y abalanzarse sobre él quien la tomó entre sus brazos dejándose caer a todo lo largo de la cama, lo cabalgó, primero besándolo con furia en el fragor de los cuerpos prensados, luego levantando su torso para que sus senos bailaran con el vaivén de las acometidas que le propinaba desde abajo antes de que las oprimiera entre sus manos para darles relamidas continuas, largas, repetidas y uniéndolas para meterse ambos pezones a la boca al rodearlos con el trasiego circular de la punta de su lengua encendida con electricidad, el lugar entre sus piernas se derritió con una regadera de fructuosa almidonada bañando sus cuerpos hasta los estómagos y acumulándose en la oquedad de cada ombligo al recorrer las líneas que enmarcaban los pubis y ambos se sentaron y lo hicieron otra vez de ese modo, poniendo los dos pares de ojos tan juntos que no lograban enfocarse con las miradas y truenos cayeron hacia arriba invocando el amanecer de su expresión como dopada con resuellos por el trino de toda ave y haciendo que las frutas danzaran y lloraran en el árbol de sus cuerpos, todas las veces volviendo él a terminar y ella sin parar de expulsar su aceite como en una inundación o un naufragio de nieve derretida.
Se enderezó en el lecho manchado de sudor y fluidos y se puso a cuatro patas levantando sus muslos para invitarlo a regresar al acogedor interior de aquella herida que bullía con el palpitar de otro corazón abierto, hirviendo con espasmos periódicos para hacerle señas de que necesitaba tenerlo otra vez en su interior. La besó buscando tranquilizar sus ansias, abriendo bien la boca para enlazarla con aquellas fauces insaciables y alcanzar con la superficie de la lengua las capas de carne viva que tenía como llagas de carne roja entre las piernas y sintiendo las rugosidades ocultas entre los dobleces de un sirloin crudo en cuyo centro exploraba y había encontrado una confluencia arterial, endurecida y muscular como un botón de rosa despellejado y expuesto como el cabezal de un gusano tímido. Quiso chuparle el veneno del deseo que la había infectado y saboreó el regusto a hierro del ardor que irradiaba de aquellos pliegues e inhaló su perfume de ostiones, ostras, algas marinas, espárragos, jamón ahumado, perlas vírgenes y pescado en salazón, extrayendo con una agitación desesperada la regadera de la misma vehemencia fluorescente que le embadurnó ojos, nariz y labios con el almíbar espumoso, el agua de cocos y almendras que escurrió por su frente hasta bajar con lentitud por su cuero cabelludo y entremeterse por los limitadas vacantes de su copioso cabello luego de haberse eyectado como un chorro sobre su boca abierta para que lo engullera. Se dispuso a poseerla en esa misma posición blandiendo el mango del látigo con el que espoleó sus nalgas para sacudir la punta de la fusta frondosa y venosa contra el botón de flor escondido entre las capas de la escisión carnosa en la chuleta de ella, lo hizo rápido y sin miramientos, refregando con ímpetu para incrementar la fricción hasta rosarla y ella volvió a expulsar el néctar de su flor carnívora y gritó antes de que la atravesara con la espada viva avivando otra vez las más fogosas profundidades de sus entrañas.
Terminaron de nuevo y él la cargó con sus manos afianzándose de sus omoplatos y pasó sus piernas por las coyunturas de sus brazos para que la empotrara de pie, le gritó sin reticencias, exigiéndole que la tomara una y otra vez, que se la metiera sin detenerse, se lo pedía suplicante y él la complacía columpiándola sobre sus pectorales mientras le bombeaba el coño apuntando hacia lo alto y sus piernas temblaban dilatando sus tendones con los pies al aire entre vibraciones convulsas al poner los ojos en blanco sin dejar de jadear ni pestañear con avidez, llenando de la pasta de su cetro fibroso aquel acceso que chasqueaba desdentado y babeante al mecerse sobre el tórax de su postura rígida e inmóvil como una estatua o un ser mecánico, infundiendo en ella nuevas ganas de repetir. Se besaron, con pasión se ensalivaron las fisonomías durante cada clímax prolongado y sendas lágrimas rodaron por sus ojos que se bebían con las lenguas a la vez que la pulpa traslucida volvía a deslizarse por sus espinillas.
Estaban impregnados de sudoraciones y sus mutuas emanaciones pero él no dejaba de abrirla mientras la cargaba con su mástil endurecido y ella de solicitarlo una y otra vez cuando le pidió que le hablara como en las películas, que le dijera su nombre mientras la recargaba en el tocador y luego sobre la pared y más tarde sobre el sillón curvo gritándole el suyo hasta quedarse afónica de tanto aullar y gemir cuando regresaron al baño para hacerlo en la tina con burbujas y se acariciaron hasta que las puntas de los dedos se les escocieron, ella le rogaba que se la cogiera con todas sus fuerzas y en todas las formas que el cuerpo humano lo permite e incluso forzando los límites de su resistencia natural y de su imaginación y que no se detuviera, que le dijera que la amaba y le preguntaba si era bonita y él le respondía que sí, que era de ella y que la amaba y que era una diosa y se imaginó una vida juntos y ella fue su ángel y su corazón envuelto en fuego, luz, arena, cristal y una corona de espinas y le entregó una parte de su alma y compartieron el aliento con las bocas unidas con energía como en un puñetazo repentino y el mundo dejó de existir.
Su vista se puso negra y vio a Saturno encendido con su propia luz y sus anillos inabarcables con la mirada igual a una sierra circular en la que caben muchos otros mundos de polvo y la tomó viendo su lomo como el de un animal lampiño con la mano haciendo la señal de los cuernos igual a una luna cuyas tres cuartas partes permanecen en la oscuridad rodeado de vastedad y de negrura con el infinito como una palabra intrascendente que no alcanzaba a describirlo todo. Esto es lo que quiero y no lo que necesito, se dijo, y ella gritaba, métemela, métemela, métemela, habita dentro de mí, seamos uno como las piedras transmutadas en magma y la soledad de su consciencia en aquel mar flotante de luces y estrellas acuosas le permitió vivir en el color, en el bermellón intenso, en el azul marino metálico y en los destellos de la plata o ser como una bacteria en el tiempo si este fuera el segundero de un reloj, diminuto ante una grandeza insoportable por la que querrías morir, lo que quieres y no lo que necesitas, se dijo otra vez y las palabras hicieron un eco en sus pensamientos, la droga perfecta que cura todas las enfermedades era estar con ella y después de tomarla ya no valdría la pena vivir porque estarías desarraigado de todo y era como si le dijera ven aquí ven aquí ven aquí con un gesto recio de sus dedos flexionados palpando las paredes de aquel túnel bulboso y baboso y los cuerpos de la tonalidad de la piel se enredaron en un nudo del que sobresalían brazos y piernas formando un híbrido entre humano, minotauro y torbellino de lubricación cuya cúspide era una espiral bicéfala.
El conejo sideral con los sesos aplastados en un amasijo sanguinolento y su cornamenta como raíces evidenciando el silencio de la eternidad sin aire y su pelaje semejante al arroz bajo la lluvia fue devorado por un dios encarnado en un bisonte mecánico y sobre ruedas. Y tras una existencia de frivolidad, de cenas a la luz de las velas como fogatas, de recibos de pago con tarjetas de crédito y destinos vacacionales repetidos unos igual a otros, ese mamífero conectó con el triunfo testimonial de la poesía y vio su mueca como una calavera en el espejo muchas veces repetido, su pecho teñido de rojo, el nuevo palpitar de la herida del otro corazón en llamas abierto que era el suyo. Y sintió los pliegues de aquel sirloin que escondían un centro arterial endurecido y muscular como un botón de rosa despellejado y expuesto y la visión se le ennegreció ante aquel paisaje de truenos que caían hacia arriba y árboles de sangre con frutas que rezumaban pus roja y amarilla bajo los incendios interminables de la bóveda superior.
Aquello era el paraíso, era cielo, habían recuperado el jardín secreto dentro del jardín del edén y sus pensamientos se disolvieron mezclándose con los de ella como si la escuchara dentro de su mente porque no eran uno sólo en el acto de la consumación sino mucho más y más allá y más allá del muro de los sueños, se habían convertido en un solo ser que había estado destinado a nacer desde que nació por primera vez para el momento en que su corazón se dehielara bajo la forja de su sexualidad y con ella y él pensó que se estaba volviendo loco de tal nivel de éxtasis y nitidez de las cosas que parecían inhumanas, extraterrestres o soñadas o divinas y se vio a sí mismo otra vez, multiplicado en las facetas opuestas de los espejos de la habitación y la vio a ella temblando en los ciclo sin fin de la cadena de orgasmos entre uno y otro y otro y el siguiente emborronándose con vertiginosa demencia porque se sucedían sin interrupción, atemporales y retornando cuando sintió que estaba por llegar a lo último de sus fuerzas y las piernas ya no le respondieron y algo le atravesó la retaguardia como un cuchillo abrasador y los brazos y casi todo el cuerpo se contrajeron con un dolor calcinante mientras su sangre circulaba coagulándose en el vacío a una velocidad enloquecida y su corazón parecía a punto de desbocarse, repetido hasta el infinito en las facetas incendiadas de los espejos opuestos, igual que un caballo iracundo.
Entonces ella se alejó y lo miró de pie y él exhalaba con resoplidos potentes, agitado y sin poder respirar y la vio en los reflejos multiplicados y su rostro se cubrió de oscuridad cuando fue cubierto por una sombra por última vez y vio su sonrisa como la de un cráneo y cómo ella levantaba un dedo anormalmente largo que pasó frente a él, quien de pronto sintió un dolor quemante y entendió que aquello era la sangre brotando de su cuello y cubriendo su torso que empezaba a emitir destellos bajo la iluminación de estudio profesional, escurriendo hasta la punta de su pene flácido, diminuto y enrojecido. Estaba por acabar, este había sido especialmente bueno y uno de los mejores pero se encontraba rendida, tenía que terminar, devorar toda su sangre, su mente y su alma para irse antes de que amaneciera, no podía dejarlo inconcluso, después de todo, había pagado por el servicio completo.
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