El origen del Rey de Amarillo: Influencias literarias en Robert William Chambers
“¡Literatura! ¡Una palabra que me pone enfermo!”
Robert W. Chambers
Robert William Chambers, escritor de fin de siécle, fue uno de los precursores de la propuesta estética conocida como “horror cósmico”, que después el Prisionero de Providence cristalizaría en su obra, plasmando una realidad absurda, en donde la humanidad está a merced de fuerzas estelares y multidimensionales ingentes, malvadas e inexorables.
The King in yellow, de 1895, es su obra más conocida, más no la única del género. Sin embargo, es consabido que los mundos imaginarios no aparecen de la nada, sino que tienen un gran trabajo detrás, extensas y variadas lecturas, pero sobre todo, experiencias e influencias que van moldeando cada relato, construyendo una impronta especial en el arte, unas huellas no solamente temporales, sino subjetivas y emocionales. Aquí intentaré mostrar algunas de las grandes influencias que tuvo Robert W. Chambers en su colección de relatos extraños, ya antes mencionado.
Sabemos que Chambers devoró, como todo escritor norteamericano, a los grandes escritores vernáculos y que aprendió de ellos las formas, estilos y temas que después recubriría con originalidad e inteligencia. Nacido en una familia acomodada (ancestros fundadores de varias ciudades), seguramente tuvo acceso desde muy temprana edad a los manuscritos de Edgar Allan Poe, Washington Irving, Nathaniel Hawthorne y Ambrose Bierce, entre otros.
Robert, también estudió una formativa temporada en París (1886-1893), en la Académi Julian y la École des Beaux-Arts. El ambiente bohemio de ese edén que los artistas construyeron en Montparnasse y el barrio latino, lleno de pintores, músicos, actrices y escritores, seguramente lo impacto poderosamente. Escuchar y charlar con personalidades de la cultura que eran miembros de las vanguardias o movimientos del momento, dejó una interesante impronta en nuestro escritor, sobre todo en la forma en que tanto los simbolistas como los decadentistas, influyeron su estilo.
Al cotejar los escritos de estas personalidades que hemos descrito, encontramos rastros precisos, y nos maravillamos, ya que podemos dilucidar el proceso creativo de Chambers, la forma en que su oficio y su sensibilidad fueron modelando estas experiencias y lecturas para crear su propio legado literario, a través de lo que parecería ser un sincretismo en su estilo, con dos grandes escuelas principalmente, la norteamericana y la francesa. Abordemos entonces, algunas de estas referencias en su obra.
Primero, me gustaría retomar esta idea de una ciudad perdida, la majestuosa Carcosa, en donde reside la corte del Rey de Amarillo, ya que en su ensayo de 1927, El horror sobrenatural en la literatura, H.P. Lovecraft apuntaría con precisión que “Vale la pena reparar en que el autor extrae la mayor parte de los nombres y alusiones relacionadas con este misterioso país del recuerdo primario de los cuentos de Ambrose Bierce”.
Tenemos entonces que originalmente esta idea proviene del escritor norteamericano Ambrose Bierce (1842-¿?), quien en su antología Can such things be?, publicada desde 1886 en el San Francisco Newsletter y después, en 1893 -la obra de Chambers es de 1895- nos presenta su famoso relato titulado Un habitante de Carcosa. Se trata de un cuento fantasmagórico, en donde el tiempo y el espacio rodean una ciudad perdida y los sueños de un personaje que al parecer, ya está muerto. El poema nostálgico de Gustave Nadaud (1820-1893), Carcassonne, fue seguramente la semilla que provocó en Bierce la idea de una ciudad nebulosa e inaprensible.
Pero fue la creatividad de Chambers, la que configuró la manera actual en como se conoce a Carcosa, marcándola con un halo cósmico y ominoso, situándola en las estrellas, más precisamente en la constelación de Tauro, cerca de la gigante roja Aldebarán y las hermanas Híades. Trasladar un lugar que se volvería arquetípico en la literatura de horror cósmico, desde un locus onírico, hasta uno que es inaccesible pero existente, y dotarlo con referencias monstruosas como la figura del Rey de Amarillo, es sin duda uno de los grandes aciertos de nuestro escritor. También retomó de Bierce la idea del dios Hastur, de un relato fantástico titulado Haita el pastor, en donde podemos identificar cómo Chambers transformó al dios benigno de Bierce, en una divinidad terrible y oscura.
Por su parte, podemos rastrear también la influencia del gran Edgar Allan Poe en las letras de Chambers, principalmente en el relato La muerte de la máscara roja, publicado en 1842 en el Graham's Magazine. Poe hace una clara referencia a la maldad cubierta, que en el relato es la plaga, y que seguramente Robert cubrió de amarillo, que es el color de la enfermedad, para desarrollar un ambiente de decadencia y corrupción que cubriría a su rey. En el tema específico de una corte real siniestra, que se pudre en muerte, tenemos el cuento corto de Poe, La sombra, que tiene muchos símiles con ideas que refieren a cómo lo terrible está en la alta jerarquía, es decir, el poder es el origen del mal.
Además del estilo y los temas, Poe también marcó profundamente la obra de Chambers en lo que podríamos llamar un “proto” horror cósmico, que podemos identificar en la presencia de algunas características bizarras y asquerosas de los personajes de algunos de los relatos de El rey de amarillo, como por ejemplo, el llamado “vigilante” del relato El signo amarillo, o el “perseguidor” de En el callejón del Dragón. La “blanda” constitución de estos enigmáticos personajes, según las propias líneas de Chambers, nos recuerdan a la constitución de un gusano, un gusano blanco que se deshace al aplicársele un poco de fuerza. Recordemos cómo el “vigilante” perdió una mano tras el altercado con el botones en El signo amarillo, en donde Thomas refiere al pintor “Ugh, su cabeza está tan fría y blanda que vomitaría solo con tocarla”. También ese “rostro tan blanco y blando” le hace pensar al protagonista de la historia en un “gusano necrófago”. Revisemos el tremendo poema de Poe, El gusano conquistador, publicado en 1843 en el Graham's Magazine.
Por otro lado, tenemos esa “típica extravagancia amanerada de finales del diecinueve”, como lo refirió Lovecraft, que es nada más ni nada menos que la influencia de los simbolistas y decadentistas franceses. Recordemos que este movimiento “decadente”, tenía entre sus premisas una crítica profunda al sistema mercantilista (americanismo), que se aplicaba entre otras cosas a la cultura, el cual soterra el verdadero arte por una producción en cadena de los gustos mayoritarios, que como sabemos suelen ser malos, porque olvidan completamente el refinamiento subjetivista de la sensibilidad, que era uno de los epicentros del programa existencial de esta vanguardia de fin de siglo. El decadentismo también criticaba a la modernidad y resaltaba en sus creaciones temas como el dolor, la tristeza, los placeres, la neurosis, lo absurdo, el erotismo, la histeria y demás temas incómodos para una sociedad que se ufanaba de estar en línea recta hacia un progreso civilizatorio que culminaría exitosamente.
Es en ese contexto que encontramos el poema de Théophile Gautier (1811-1872), Las manchas amarillas, en donde sus estampas oscuras nos recuerdan inmediatamente a la obra de Chambers, mostrando su influencia en la brillante idea de un libro maldito que va de la mano con el enfermizo color amarillo, Gautier escribe “Toda la noche, un volumen extraño escrito en lenguas hace mucho muertas”. Esta idea que Robert reconfiguró, de entre obras como la arriba descrita o como el maravilloso Necronomicón de Lovecraft, serían replicadas a su vez por autores como Leo Perutz (Praga 1882-1957) en su novela El maestro del juicio final, en donde un libro lleva a sus lectores a la demencia, al igual que la obra de teatro que Chambers ideó.
El color amarillo del libro terrible, también puede deberse tanto a la revista inglesa “Yellow book” (1894-1897), que publicó a muchos decadentistas para conocimiento del público anglo, como al mal visto Protocolos de los sabios de Zion, cuya tapa era amarilla, o finalmente, a la biblia de los decadentistas, la novela De reversa de Huysmans. La ideación de las “estrellas negras de Carcosa”, parece provenir de la novela de Heinrich Heine (1797-1856), Noches florentinas, que trata sobre el diablo y Paganini.
La marca de Paul Valéry, Charles Baudelaire, Stéphane Mallarmé y otros es clara, pero lo es más aún la del escritor tristemente olvidado –al menos en la mayoría de los sectores lectores- Marcel Schwob (1867-1905), quien en 1892, tres años antes de que Chambers publicara su colección, dio a conocer su antología de relatos extraños El rey de la máscara de oro, en donde su cuento del mismo nombre apunta “El rey enmascarado de oro se levantó del negro trono donde estaba sentado…”, relata también como toda su corte estaba enmascarada, “… a imitación del rey descarnado”. Lo más seguro es que Chambers haya conocido de primera mano a Schwob y leyó su obra aún antes de que saliera a publicación comercial. Pero no es la única referencia que tenemos del lazo vinculante entre Marcel y Robert, si leemos con detenimiento los cuentos de Schwob, encontraremos con felicidad las varias influencias temáticas y de estilo que proyectó en Chambers.
Como conclusión, proponemos la lectura delicada tanto de los decadentistas como de la escuela norteamericana, para notar la gran influencia que alimentaron no solamente en Robert W, Chambers, sino en muchas otras escritoras y escritores de nuestros días. La arqueología literaria es un camino lleno de monedas de oro, que nos ayudan a comprender las obras que tanto amamos, pero sobre todo, que nos muestra que la originalidad no está en escribir algo que no se ha escrito –pues no existe tal cosa, ya todo está en la Ilíada, en la Odisea y en la Biblia- sino en contarlo con una mirada fresca, actual, y si se puede, fantástica.
Fuentes:
· Schwob, Marcel. El rey de la máscara de oro, Alianza Editorial, 2017, España.
· Lovecraft, Howard, Phillips, El horror sobrenatural en la literatura, varias ediciones, 1927.
· Chambers, Robert W, El rey de amarillo, Relatos macabros y terroríficos, Ediciones Valdemar, 2011.
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