Un tiempo entre la luz y las sombras
You spin me right round, baby Right round like a record, baby Right round round round - You spin me round, canción de Dead or Alive
Mi padre era relojero, pero abandonó su oficio cuando Einstein descubrió que el tiempo es relativo, sólo coincido en que un reloj simbólico es tan beneficioso para el intelecto como una fotografía de oxígeno para un hombre que se ahoga. - Dr. Manhattan, Watchmen, de Alan Moore
En It, de Stephen King, se nos muestra un Derry en que, al menos al principio, nadie se percata de que sucedan acontecimientos sombríos. Un pueblo soñador donde a todos nos gustaría vivir, casas con frescos pórticos bonitamente decoradas y repletas de las típicas familias en apariencia sanas que hay en todas las localidades prósperas de las afueras. Hasta que el autor nos hace prestar más atención. Entonces advertimos que tras la fachada de una comunidad tranquila existe un complejo entramado de intrigas y disfunciones que, más allá de lo sobrenatural, hacen de las apariencias engañosas una figura recurrente en muchas historias que perduran en el tiempo. Que de hecho, lo oscuro y lo violento sucede con más frecuencia de lo que nos gustaría reconocer, que ha estado ahí desde el principio y que nos acompaña desde la propia fundación de lo que somos, que es también el lugar donde vivimos, junto a los años de la más temprana juventud e incluso la más inocente infancia, es un recurso argumental que encontraremos reflejado en Winden, pueblo cuyos habitantes son los falsos protagonistas de la primera serie alemana para Netflix titulada con el sencillo pero adecuado nombre de Dark.
Semejante a la famosa novela del oriundo de Maine, los sucesos centrales de esta historia arrancan con la desaparición de varios niños y un suicidio acontecidos en un pueblo de los suburbios con problemas de infraestructura. Lo que parece ser una grave falla relacionada al suministro del servicio eléctrico, se manifiesta en recurrentes intermitencias de voltaje que afectan a muchos de los hogares en Winden, municipio alemán y asiento ficticio de la primera planta nuclear del país que es el escenario donde un lóbrego día de junio del 2019, Michael Kahnwald, casado con Hannah Krüger y con quien tiene un hijo en edad de preparatoria llamado Jonas, toma la decisión de ahorcarse tras dejar un misterioso sobre con instrucciones escritas que dictan que no debe ser abierto hasta después del cuatro de noviembre pasadas las 10:13 pm, el cual es hallado y escondido de Hannah y Jonas por su madre, Inés Kahnwald, mientras Jonas recibe tratamiento psiquiátrico a consecuencia de que empieza a ver a su recién fallecido padre en alucinaciones que lo obligan a interrumpir sus estudios hasta la misma fecha señalada por el mensaje que, él ignora, dejó Michael antes de morir. Desde la primera escena se advierten los innumerables enredos de esta trama saturada de líneas argumentales cuando se nos muestra cómo Hannah, a pesar del reciente fallecimiento de su esposo, se acuesta con Ullrich Nielsen, policía local que a su vez está casado con Katharina, una mujer de carácter fuerte y directora de la preparatoria con la que tiene tres hijos: Mikkel, el menor, un niño muy precoz admirador de Harry Houdini que cuenta con la habilidad de hacer varios trucos de magia (como desaparecer); Martha, que tuvo amoríos con Jonas durante el verano pero que ahora es novia de Bartosz, el mejor amigo de Jonas; y Magnus, enamorado de una chica de moral ambigua, Franziska, quien es la hija de la jefa del departamento de policía, Charlotte Doopler, superior de Ulrich con el deber de investigar las desapariciones que trastocan la vida del pueblo y esposa de Peter, quien es el terapeuta de Jonas. A lo que sólo hace falta añadir otra cantidad no menor de personajes, un número comparable de añejos dramas con el alcance de vincularlos a todos en una secuencia de infortunios remontada a varias generaciones, y el infalible elemento sobrenatural, para tener frente a nosotros la esencia de esta serie: Un angustiante thriller con la combinación precisa de elementos que, nunca mejor dicho, perdurarán a través del pasado, el presente y el porvenir.
Y es que los verdaderos protagonistas de esta ficción no son ninguno de los inventariados personajes, y ni siquiera se trata de seres humanos, sino que tenemos por estelares a otras entidades más abstractas representadas en lo que nosotros entendemos por los conceptos de “tiempo” y la vaga noción del eterno retorno. Ambos, fantasmas filosóficos encarnados en un dúo de héroe y villano que sin embargo resultan bastante reconocibles. El primero, con la sólida forma de H.G. Tannhaus, un cliché de científico, relojero y físico teórico al margen de la trama que presta su ayuda a los pobladores y vive desde la periferia cada una de sus desgracias, llegando a la clarividencia de expresar la síntesis de todo lo que vemos en pantalla. “Confiamos en que el tiempo se mueve en forma lineal. Que avanza siempre y de modo constante hacia el infinito. Pero la distinción entre pasado, presente y futuro no es más que una ilusión. El ayer, el hoy y el mañana no son consecutivos”. El otro, enigmático personaje que es a la vez el enemigo y una fuerza imparable de la naturaleza, cobra consistencia en la figura del antagonista secreto de esta historia cuyo origen está más que disimulado (se puede especular sobre si alguien representa al “espacio”, es decir, al propio Winden, dentro de los personajes humanos de esta ficción, pero es un análisis que prefiero dejar al libre albedrío del lector, por si después de la lucha entre los poderes del devenir y su inexorable necesidad de repetirse, todavía existe tal cosa como la libertad).
En el clímax indefectible que llega a lo largo de los 10 episodios de esta bien lograda realización, que nos recuerda las implicaciones de la revolución copernicana sobre el lugar orbital de la tierra, y cómo la conmoción no sería menor si se demostrara que el tiempo también es circular, se revive a través de una breve pero lúcida metaficción (una representación dentro de otra, como la obra de teatro en Hamlet) al mítico minotauro, tétrico ser que, como cada uno de nosotros, está perdido en su propio laberinto; el laberinto de nuestra soledad, el de nuestra época, el laberinto de los secretos de nuestra identidad y el de nuestro nacimiento. El hilo de Ariadna como elemento es, también autorreferencial, un rastro de hechos acontecidos y de una energía remanente que queda tras las acciones de la voluntad humana, transmutado en esta trama en un contador Geiger que detecta no sólo la radiactividad, lenguaje simplificado de la física, sino el devenir eterno de nuestras vidas en relación con las de los demás. Lo que no es para menos, Jantje Friese y Baran bo Odar, creadores ambos y el segundo director de Dark, crecieron muy cerca de la central nuclear de Chernóbil.
La ambientación y fotografía son, como la obsidiana, pulcras y tenebrosas, en perfecto equilibrio entre lo frío, la hostilidad y el soundtrack. Con frases memorables como “Lo que sabemos es una gota, lo que ignoramos, un océano” y “No somos libres en lo que hacemos porque no somos libres en lo que queremos” y un guion de lluvia ácida rematado en posibles paradojas, igual a las imágenes del intro, la serie nos presenta un caleidoscopio de déjà vu retorcido hasta formar un maniático test de Rorschach en donde el cáncer y las drogas, así como el misticismo del número 33, la triqueta de los druidas constituida en una runa mágica del éter en las tres dimensiones del tiempo o la espada de Damocles de la era nuclear al lado del singular terror de los agujeros negros, las realidades interdimensionales y universos paralelos a los cambios sucesivos de carácter que dan paso de la niñez a la madurez de la edad adulta, pero también a la corrupción nata de ciertos aspectos de la personalidad los cuales, como demonios fugados del infierno habitando entre nosotros, nunca cambiarán a pesar del tiempo, aves y ovejas muertas, mutaciones, brabucones indomables, infidelidades hereditarias añadidas al destructivo trauma de una tentativa consecución de incesto involuntario junto a un cura ateo y manipulador que, en fin, como lágrimas y crueldades sumarias, son sólo una parte de todo lo ofrecido por esta completa serie que en repetidas ocasiones nos asaltará con la única pregunta eternamente retornada: ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? Lo que también se podría traducir como el viejo dilema de si lo que tiene preponderancia en nuestro paso por este mundo son los factores económicos, digamos, solicitar un plazo mayor para una hipoteca varias veces refrendado o el progreso a través de la explotación de nuevas tecnologías energéticas a cualquier riesgo, o los psicológicos, es decir, una víctima transformándose en el verdugo de su propio victimario y hasta qué punto su venganza puede estar justificada. La serie nos hace reflexionar sobre ese eterno dualismo de la mente contra la materia que, tal como se estableciera en Matrix, filme que tiene múltiples y obligadas referencias en Dark, reafirma la indiscutible verdad de que la mente no sobrevivirá sin el cuerpo porque el cuerpo no sobreviviría sin la mente. Estamos, entonces, como esta historia nos lo hace ver, rodeados de todo lo que somos porque todo lo que nos rodea está conectado con nosotros, como en la frase “Yo soy yo y mi circunstancia”, versión más conocida pero incompleta de la sentencia de Ortega y Gasset que sin embargo termina en su menos célebre complemento “y si no la salvo a ella no me salvo yo”. Sólo que a veces, salvar a nuestras circunstancias puede también significar la pérdida de la única oportunidad que podríamos tener para salvarnos. Porque en esta oscuridad difusa que es la sucesión de adversidades ocurridas en Dark, en que no hay personaje que merezca la salvación pues hasta el más insignificante de ellos es una muestra de cada despreciable sentimiento capaz de habitar el alma humana, en que todos tienen “un pie en la luz y otro en las sombras”, la única claridad, lo único que surge desde la bruma de lo perverso con la virtud de una lámpara futurista, es el despertar revelador de que somos nosotros, y nadie más, los protagonistas de nuestro propio destino.
El final de esta primera temporada llega, como el de una lluvia largamente extendida, de súbito. Al igual que el de un fenómeno meteorológico sobre el que siempre tendremos la certeza de la forma pero nunca del momento en que acabará, su conclusión es un eterno retorno que nos vuelve a hacer conscientes de que la pregunta importante nunca ha sido cómo, sino cuándo.
- Isidro Morales "El Juez"
תגובות