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ALAMEDA

Actualizado: 26 ene 2021

Tres colaboradores de esta página, cada uno de manera independiente, han escrito una microficción o relato a partir de la misma imagen, obra del reconocido ilustrador Stefan Koidl. Al otro lado de la barrera del desvelo...


ALAMEDA


Colgó el teléfono agobiado por los reclamos de su mujer; sabía que ella tenía razón, no solo olvidó su aniversario sino que tampoco iría a cenar esta noche. El jefe entró y lo miró, después giró la cabeza hacia el pizarrón donde habían pegado las fotografías de los chicos que habían sido secuestrados en los últimos ocho meses.


-Richard, creo que debes tomar un descanso, no hay pistas y el que estés aquí dándole vueltas al asunto no ayuda en los casos.


Richard había sido asignado al caso desde que el primer niño desapareció sin dejar rastro. Su nombre era Ben, 10 años, cabello castaño y un excelente clarinetista. Lo único que había quedado de él era su bicicleta abandonada en Alameda Street. En casi todos los casos, los chicos desaparecidos habían dejado tras de sí algún objeto, pero nadie los había visto y no había señales de violencia durante las abducciones.


-Algo estamos obviando Mike, hay algo que no estamos viendo. Creo que tienes razón, iré a casa por hoy y mañana entrevistaré a la madre de la chica que se perdió la semana pasada de nuevo.


Richard subió a su auto pero no se dirigió a su casa, se estacionó en la calle Alameda, a esta hora estaba llena de indigentes, prostitutas y vendedores de drogas. Richard había hablado con todos pero ninguno era sospechoso y ninguno había aportado alguna pista, aunque tres de los chicos habían desaparecido precisamente ahí. En ese momento una chica golpeó la ventanilla de su auto, se estremeció bruscamente pues no la vio acercarse. La chica le ofreció sus servicios y él mostró su placa de policía, ella lo miró con ojos desorbitados, estuvo a punto de echarse a correr pero la detuvo con un grito.


-¡Necesito hacerte unas preguntas!


La prostituta aceptó a regañadientes y entró al auto, era una joven mexicana flaca y olía a alcohol. Después de interrogarla no obtuvo nada, como ya lo esperaba. Le dio un billete de diez dólares y le dijo que se fuera. La mujer caminó algunos pasos pero luego regresó hacia la ventanilla.


-Deberías hablar con la abuela Sara, ella se comunica con los espíritus, quizás te pueda ayudar.


Richard encendió su auto y se alejó molesto.


Varias semanas después tenía ante él un nuevo caso, las mismas circunstancias, una chica de 9 años había desaparecido, su mochila de la escuela estaba tirada precisamente donde había estado estacionado la noche que habló con la prostituta. Desesperado, volvió al lugar y encontró a la mexicana, quien le indicó donde despachaba la abuela Sara. Era una casucha de madera a punto de colapsar en el barrio de Ventura, un negro enorme cuidaba la puerta, pero lo dejó pasar tan pronto ver que Richard era policía. Entró en el cuartó adornado con estampas de santos y efigies de la Santa Muerte, la abuela Sara le dijo que sabía que era lo que buscaba y Richard pensó que la prostituta o alguien más le había dicho a la vieja que estaba indagando acerca de los desaparecidos.


La mujer llenó un platón con agua y sumergió las yemas de los dedos, le pidió a Richard hacer lo mismo. Así lo hizo y en el agua se materializó una imagen, era Ben, caminando agarrado de la mano de una mujer, alta y oscura, con ropa anticuada de hombre, pero sus rasgos, aunque borrosos en el agua eran definitivamente femeninos. La vieja comenzó a tener una convulsión y arrojó el platón al suelo, chillaba y le ordenó a Richard que se fuera.


-La que se lleva a los niños no es humana, es la Xana, se los lleva por qué no puede tener hijos propios, nunca los vas a encontrar.


Seis años después, Richard estaba recogiendo las cosas de su escritorio, había renunciado a la policía después de no resolver ninguno de los casos. Su mujer lo abandonó y ahora vivía en un pequeño departamento en la calle Alameda, estaba decidido a resolver el caso pero sus constantes roces con los jefes del departamento habían amargado su relación laboral.


Una tarde sentado frente a la ventana, había llovido y hacía frío, mientras comía un paquete de galletas divisó a un chico que caminaba por la acera de enfrente, caminaba con la mano levantada como si sostuviera un globo, y hablaba con alguien pero no había nadie con él. Richard escupió el bocado de migajas secas y salió corriendo hacia la calle. Corría con todas sus fuerzas hacia el chico y no vio el camión que lo embistió por el costado. La gente se arremolinó alrededor del hombre agonizante, Richard no se podía mover. Lo último que vio antes de cerrar los ojos fue a al chico alejarse por Alameda Street con la mano levantada.


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