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Foto del escritorEl Juez

R. G. Wolffer

Actualizado: 16 may 2022

Piter Child en el fin del mundo.


Y así funcionó México por siglos. Desde los Virreyes hasta los presidentes del PAN, México se movió por compadrazgos e influencias. Más valía ser hijo del gobernador que haber obtenido las mejores calificaciones en los doctorados de Europa y otras universidades gringas. ¿Quién iba a recibir el premio de ciencias, sino el amigo del amigo del Señor Secretario? - Ricardo Guzman Wolffer, Sepu y el Milanesas contra los zombis políticos.

Si después de La saga de La Verija Voladora, no te quedaste con ganas de más, o es que no entendiste nada o eres como el Sepu y “nomás te estás haciendo pendejo”. En la segunda entrega que lleva por título de oro, la irrepetible combinación sagrada de Sepu y el Milanesas contra los Zombis Políticos, nuestro judicial torturador favorito, ese al que ni muerto se le escapan vivas ni las muertas, vuelve para dar otra ración de karatazos al mero estilo de Bruce Lee y la profesional preparación de nuestras autoridades de la Procu, pero esta vez, el Sepu no estará solo, no señor; ni mal acompañado por un jefazo que lo ningunea por no picharle los tacos o de perdis unas viejotas del Bombay, ¡ni madres!, esta vez lo veremos haciendo pareja con un héroe de la noche, protector de los desvalidos, enmendador de entuertos y casi casi hasta cobrador de pagarés vencidos, que es el terror de los criminales y puestos de tortas ahogadas por igual: Ni más ni menos que el Milanesas, genio y figura, aunque más genio que figura porque se trata de un gordo como cualquiera pero no de cualquier gordo. El Milanesas, de la santa dinastía del Santo y Octagón, con su máscara de puerquito sacada de las fiestas infantiles podrá no ser el único superhéroe con sobrepeso (con eso de la inclusión, chinga) pero sí el único que antes de combatir el mal se echa su buena dosis de vitamina T, me cae; esto es, tacos, tortas, tamales, tostadas, tlacoyos y hasta sopes ¿Que no empiezan con T? Pues demándenme, el Milanesas me defiende y si él conmigo, les juro que ni los abogados de la Elba Esther contra mí.


Porque esa es otra, chamacos, en este universo donde igual te asaltan en el camión un par de feroces chupacabras que unos narquillos de poca monta, en que la inseguridad y el robo de los dineros públicos no son más nomás porque paradójicamente empezarían a revertirse, de descabezados y desmembramientos por todas partes (¿les suena familiar?), el épico dúo dinámico al que los bardos y compositores de corridos les dedicarán epopeyas en el futuro si la humanidad sobrevive a la contaminación y a la corrupción, habrá de enfrentarse a la plaga más pestilente y mortal de toda la historia de nuestro México profundo, la ya consabida y tristemente célebre ralea de los burócratas sindicalizados de base que nomás se hacen weyes con cuanta promoción, oficio, pliego petitorio y hasta égloga de sintaxis decimonónica se les solicita. Y es que aquí se nos revela una milenaria verdad que ya muchos intuíamos en lo más profundo y asqueroso de nuestras vitales entrañas: Que muchos burócratas, igual que la mayoría de los políticos, no son más que pinches cadáveres vivientes ávidos de carne humana y de cerebros (y como allá afuera hay mucho descerebrado, pues hasta eso último lo han de considerar caviar, por esta). Porque si bien, se dice que existen burrórratas y diputeibols que sí son honestos y trabajadores, en la realidad resultan tan raros como seres mitológicos.


Así es como, luego de vencer a las hordas de venusinos asesinos que usaban los tubos para el cabello como receptores interplanetarios con los cuales comandar a distancia a sus más fieles y féminas secuaces, las niñas exploradoras, merced a la siempre delicada pero infalible técnica del estallamiento choyil y de explotar su punto débil, acuerdo con la SCT mediante para poner todas las rolas de trova cubana tipo Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, habidas y por haber, en la radio, el Sepu, elemento altamente calificado en las ciencias del interrogatorio extrajudicial, o sea, a tehuacanazos, es el paladín elegido para investigar a los muertos vivientes mejor conocidos en los sanguinarios habitáculos y demás barrios populares del DeFe como los merititos “chombis”. Máxime, porque el Sepu es el único de la corporación con experiencia de primera mano en rifársela contra esos seres paranormales y otras alimañas del espacio profundo (¡préstenme atención!), que aparecen de repente en las inmediaciones de la República, como la Infanta Asesina, sacerdotisa de Shiva que surge en el preámbulo de esta novela y que contaba con semejante apelativo luego de haber masacrado a todos sus compañeros de guardería (¡Nooooo maaaaaaaa…nches!). Pero la cosa no está fácil, mis chamacos ¿cuándo lo ha estado en este pinche país, díganme ustedes? ¿Cuándo?


Porque han de saber, que hay dos facciones zombistas, la de los liberales, muy ecológicos y sustentables los cabrones, y la del servicio público, o sea, los burócratas, comandados desde el Congreso de la Unión por el mismísimo muchacho alegre revivido a la media vida después de la vida ¡por vida de dios!, el meritito señor Don Pedro Infante, ídolo del pueblo y de las adolescentes octogenarias, y emblema de la época dorada del cine nacional, porque el que iba en el avión con rumbo a Yucatán, también tienen que saber ustedes, era un impostor, un falso, una simulación, una mentira, o sea, como toda la vida pública de México. El Sepu y el Milanesas, por supuesto, son los encargados de desenredar dicho desgarriate entre los zombis libertos y los pedroinfantistas, que emplearán contra ellos todas sus armas, dientes, puños, efluvios estomacales y hasta el fuero con tal de no dejarse amedrentar en una guerra sin cuartel y, peor aún, sin pisto, cuyo escenario postrero será la puritita capirucha en sus parajes turísticos más enarbolados, el Zócalo convertido en un ring de dos a tres mordidas y el ángel de la indepegüepe ¡Óoooralee!


Sobre La saga de La Verija Voladora, dijo Alberto Chimal que ninguno de sus personajes era digno de salvarse, y es cierto, la verdad todos son unos hijos de la chingada; pero aquí, como dice el comercial, es otra historia. Porque Wolffer construye al Milanesas con un ingenio tal, que no sólo nos hará reír, sino que provocará nuestra admiración más allá de la comedia. Con reflexiones de la talla de: “La verdadera religión es la forma en la que un hombre se relaciona espiritualmente con su entorno” o “La historia mexicana nos ha llevado al abuso en unas cosas y a la abulia en otras. No creemos en nada más que en aquello que podamos obtener con el menor esfuerzo”, el Milanesas se yergue como el ideal del héroe incorruptible y apartidista que este país necesita. Y más allá, más allá todavía en el relato, chamacos y chamucos, en todos esos pasajes que se parecen más al más acá, hubo la única cosa que no entendí. Y es que si La saga de La Verija Voladora transcurre en un futuro cyberpunk de tacos transgénicos y carros voladores, entonces ¿por qué el Sepu y el Milanesas parecen convivir en los albores del siglo XXI? Pero, luego de verlos agarrarse a chingadazos con plantas carnívoras lovecraftianas, transexuales ladrones de cuerpos, extraterrestres en microbus, perros chihuahua telépatas y ardillas mutantes, pues pensé, mis queridos amigos míos de mí, ¿qué más dan unos inocuos viajes en el tiempo?


Si dijo Cervantes del Quijote que era “una olla de algo más vaca que carnero”, sin duda, el Sepu es algo más Corona que Carta y el Milanesas, algo más grasa que suadéro. Es decir, como las películas dobladas, “en español latino”, una lectura cien por ciento recomendable para todos mis cuatachos. Y ya, mejor vámonos a la ver… ija… Antes de que nos la ganen. Si tienen libros, ahí se leen.


- Isidro Morales "El Juez"

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