El hombre en el granero.
El hombre despertó de golpe. La oscuridad se iba disipando poco a poco, para ir coloreando un lindo granero. El hombre se puso de pie, removiendo la paja de sus ropas y con pasos titubeantes. Escucho una risa, suave y agradable. Hasta le pareció familiar, con todo y el acento inconfundiblemente neoyorquino.
“La resaca es de los peores enemigos” dijo la voz vagamente familiar.
El hombre volteo a encontrarlo, temeroso, pero el extraño lo envolvió con una sonrisa sincera. Y añadió “Largos días, y noches placenteras. No se asuste, lo encontramos vagando por la noche. No es común que tengamos visitantes, así que asumí que se encontraba perdido”.
El hombre, recién levantado no sabía qué hacer con esta información.
“¿Donde estoy?” pregunto, con la voz temblorosa.
“Vamos, te lo diré mientras desayunamos”.
Ambos salieron del granero. El extraño le puso un brazo alrededor al hombre, para ayudarlo a enderezar el camino. Si alguien los hubiera visto por detrás, hubieran apostado a que era un hijo que abrazaba a su padre después de mucho tiempo de no verlo.
La casa de la granja se veía hermosa, aunque se notaba claramente que había sido construida por alguien que no dominaba el arte de la construcción. Aun así, el calor de hogar era abrumador. Por dentro, una dama de piel oscura y atada a una silla de ruedas ponía la mesa para la comida. La mujer lo recibió igualmente con una sonrisa, e inmediatamente volteo a ver al extraño, que le regreso el gesto. “Estamos muy contentos de que este usted aquí, deme un segundo, llamare al muchacho”.
El extraño salió, y el hombre se quedó con la mujer. “Siéntese por aquí, por favor”.
En cuanto se sentó, el extraño llego con un jovencito, que era seguido por un perro que él nunca había visto. Parecía un perro salchicha, pero con un raro parecido a un mapache. El hombre hubiera jurado que el perro había hablado, pero de inmediato se dedicó a comer en el plato que tenía asignado en el suelo.
“Comenzare por el principio, entonces. Yo soy Eddie. Eddie Dean. Ella es mi esposa, Susannah. Este joven apuesto es Jake Chambers, y aquel desastre-esperando-a-suceder se llama Oy. Usted, caballero, es Stephen Edwyn King”.
El hombre se quedó perplejo, cuando de pronto su existencia lo abrazo, y como es la norma, ya no lo dejo ir.
“¿Como llegue aquí? Yo no puedo estar aquí”. Dijo Stephen, al momento de comprender quienes eran las personas que estaban frente a él.
“Y, sin embargo, aquí estas. Mira, lo importante no es como llegaste aquí. Podemos regresarte sin muchos problemas. Lo importante es, por que estas aquí. Estas cosas no pasan así nada más. Incluso de este lado del velo”.
Stephen considero por un momento, pero antes de que pudiera responder, Susannah tomo la palabra “Veras, cuando este tipo de cosas suceden, usualmente no suceden al azar. En su mundo, hay maneras de venir hacia acá, pero no son comunes. Alguien o algo debió darte un empujón”.
Jake y Susannah sonrieron ligeramente ante el chiste interno involuntario. Stephen, por supuesto lo entendió, pero no le causo gracia.
“¿Y como averiguaremos eso?”
“Para eso, mi querido Stephen, haremos lo que sabemos hacer mejor” Eddie saco un arma grande, la cual comenzó a hacer girar en sus manos como un experto. La detuvo apuntando hacia el techo de la casa y añadió “Usted no tiene de que preocuparse. Solo sepa que, buscaremos a Callahan y a Roland, y nos aseguraremos de que, sea lo que sea que esté sucediendo, veremos qué es lo que hay que hacer, y nos aseguraremos de que se haga”.
“Con palabra o con plomo” añadió Jake, sin dejar de ver su plato.
Stephen se quedó atónito. “Pero Callahan está muerto. Y Roland esta…”.
Jake finalmente levanto la mirada. Aun sin tener relación biológica con Roland, Jake había copiado muchos de los gestos de su padre verdadero, en específico, su mirada. Jake volteo a ver a Stephen, con los ojos de un pistolero, y le dijo con una voz segura y firme “Hay otros mundos además de este”.
La fuerte mirada de Jake despertó a Stephen. Se encontraba enfrente de su ordenador. Se había quedado dormido mientras trabajaba. Pero no era la primera vez que tenía ese sueño. O un sueño similar. El Mundo Medio le estaba llamando. La apoteosis de todos los desiertos, el hombre de negro, Blaine el mono y los lobos de Callah gritaban por su atención. Pero nunca Roland. Roland aun no terminaba su búsqueda.
No sabía exactamente cómo interpretar el sueño, pero sabía cómo los había interpretado en el pasado. “Esto es lo que estaban tratando de detener”, se dijo a sí mismo, en voz alta, mientras observaba la pantalla del ordenador, cuyo procesador de palabras tenía solamente un título, y un cursor vertical un par de renglones debajo del mismo. “Aun no es momento” dijo Stephen, de nuevo en voz alta. Mientras se levantaba de su silla, se preguntaba ¿cuando sería el momento?
Se preguntaba si vería el día en que pudiera narrar esta historia en particular. Pero lo dejo, por un lado. Aunque la Torre dejara de llamarle, había mucho que hacer todavía.
Mientras se alejaba, el ordenador, aun encendido mostraba el título de la historia que intento escribir.
LA BATALLA DE JERICHO HILL.
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PD: Largos dias, y noches placenteras, Stephen. Y antes de que me contestes:
Que goce usted del doble.
Larga vida al Rey.
Por: Javo Monzón.
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