
Chinguen a su madre los dos
Autor: Alfredo Uzeta Un día desobedecí a Dios; no quería, pero lo hice. Entonces vino el Diablo y lo ofendí también. Por eso la agarró conmigo, y por eso también Dios nunca vino a ayudarme. Pero qué culpa tenía Lucrecia, mi vaca. Por mí, los dos se pueden ir a la chingada. Me hicieron varias; se me secó la tierra y a Jacinta el vientre. Me acuerdo de Jacinta sentada sobre su sangre encima de los maíces también muertos. Ese día se me murió en vida, y yo me sequé. Solo me quedó