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  • Foto del escritorEl Juez

Crónicas sobre Anne Rice

Actualizado: 9 ene 2022

Te Recordamos



II parte


Porque si desaparecemos, ¿qué quedaría? Algo como los vampiros, perfectos como seres de ficción, porque son un reflejo fiel de nuestro deseo de perdurar más allá de nuestro paso por este valle de lágrimas, de inmortalizarnos así sea a través de la destrucción de lo único que somos y siempre podremos ser, humanos.


Impulso de erotismo y de muerte como las dos caras de un mismo dios, una vida realizada en el suicidio, fin de la vida, en reflexión de Lacan; los vampiros, símbolo y signo, rito y ritual, orden y revolución, decía, son el punto en el signo de interrogación de esa pregunta ¿qué queda si nos destruimos los seres humanos?


La decadencia eternizada en Louis, que perduraría aun cuando los vampiros se enfrentaran a los horrores de la era industrial, una magia de nuevo tipo; Louis dice que por fin, después de doscientos años, vuelve a ver la luz del sol en una película. En contraposición a su poder, el del atractivo sexual de unos seres asexuados idóneos para amar con tal desolación que sólo la inmortalidad puede conceder y, por ello mismo, es aún más doloroso cuando se extingue (como la muerte de un niño, de Claudia, de la hija de la autora). Seres cuyos miembros reproductivos son un vestigio inútil de cuando eran humanos, como lo es nuestro coxis, pero que aun así, pueden experimentar un éxtasis más poderoso que el del sexo con todos sus otros sentidos aumentados al oler el perfume natural en el cuerpo de sus víctimas y saborear la sangre ardiente cuando las devoran, o simplemente experimentar las emociones que inspira la belleza más puramente destilada.



El enamoramiento que hay entre esos personajes es otro aspecto crucial. Descubrimos en cada libro que lo que le arrebata una dimensión onírica a las bellas fantasías entretejidas por la autora es cuando le concede una explicación técnica a los misterios de lo irreal, como al origen mismo de los vampiros en la tercera novela. Lo mismo pasa en ese sentido con el amor (como cuando perdemos ese amor de verano porque la realidad vuelve a imponerse, el trabajo nos espera, hemos vuelto a despertar).


Después se nos aclara desde la perspectiva de Lestat que, como humano, había sido homosexual, lo que resulta innecesario, a mi parecer. Ya que como vampiros uno esperaría que se superaran ciertas limitaciones al no estar su reproducción atada al imperio de las gónadas y la biología. Y aunque por una homofobia que hoy nadie admitiría en público esto pueda provocar cierta aversión en algunos lectores, a mí me pareció todo lo opuesto. Hombres hablando del amor, sintiendo casi atractivo sexual por otros hombres, que, no obstante, no son hombres con otros hombres sino vampiros con sus congéneres, seres sin sexo; Armand menciona aquello paradigmático de “ese sexo que crece”, afianzando su preferencia por lo masculino.


Hay algo de griego, de liberador, de artístico en esas citas a ciegas, como a través del radar natural de un murciélago, con el amor que no se atreve a decir su nombre. No debe extrañarnos que Anne Rice estuviera muy orgullosa de su hijo Christopher, quien como adulto se declarara abiertamente homosexual, ni que rompiera con los cristianos ortodoxos luego de unírseles, precisamente por este tema y el del aborto.


Atestiguamos otro tipo de liberalidades, no es la única. Gabrielle, quien como humana fuera madre de Lestat y a quien este convierte, confiesa que se desvivía por escapar del castillo de su esposo para dejarse fornicar por todos los parroquianos de una taberna del pueblo, y como vampiro se vuelve un ser feral que busca vivir entre lo inanimado, montañas y valles, o con las bestias, leones y gorilas de África (referencia quizá a la famosa antropóloga que dejó la maternidad por seguir su profesión); o el momento en que Lestat ve sus pezones de un rosa pálido y se muestra extrañado, un resabio de sus freudianos impulsos.



Imágenes que se quedan en el lector que haya puesto la atención debida. Hay muchas:

La idea del jardín salvaje de Lestat, de los vampiros como carnívoros en la cúspide trófica de ese jardín, de la analogía sobre los patrones en las escamas de una serpiente que el animal no puede ver pero que son notorios para seres conscientes, comparación de la realidad del mundo con ese jardín salvaje; Lestat enfrentándose a unos lobos en el bosque durante una noche nevada sólo con una espada cuando es todavía joven, llamando con ello la atención del vetusto vampiro romano que por fin lo convierte; la pérdida de su amante Nicolás cuando es actor.


Los viajes son otro aspecto importante entre lo visual de la obra. La manera en que están descritos los entornos y el periplo en la trama del barco que lleva a Louis y Claudia hasta el viejo mundo te transportan a los contextos que los protagonistas van visitando, el barco por el atlántico, Paris, Europa del este, efecto que obtiene mayor énfasis debido a su narrativa en primera persona. Uno quiere conocer Nueva Orleans y sus pantanos, su comida, su rusticidad de frenesí carnavalesco y de clima húmedo y caluroso, su folclor de reptiles y bestialidad de sangre caliente entre la brea y las soporíferas emanaciones que exuda el suelo fangoso. Luego de leer el primer libro se aprende mucho sobre el arte de escribir debido a lo bien que está construido, excelencia que se repite al menos en el segundo. Eso nos hace preguntarnos sobre su éxito, su impacto, por qué trascendió y por qué tanta gente habló sobre su vida, ¿qué hizo a Anne Rice para llegar así de lejos, cobrar esa fama?



Yo creo, que el triunfo de la primera novela se debe, en parte, a la idea brillante que tuvo la autora de adaptar la técnica de Bram Stoker a un estilo moderno. Stoker nos presenta Drácula como un compendio de los diarios de los personajes y notas de prensa para darle mayor verosimilitud, como si aquello hubiera podido pasar. Lo que nos regala Anne Rice es una entrevista al estilo de las revistas de farándula, que se alarga para recrear una novela. La segunda idea, menos obvia, es la de la metaficción. Como en el Quijote, más adelante somos informados de que el libro que leímos, el primero de la saga y después el segundo, fue publicado con el mismo éxito de ventas también en el universo de ficción de la propia historia, teniendo consecuencias que serán fundamentales para el desarrollo de los acontecimientos y más tratándose de vampiros, seres que hasta entonces habían permanecido ocultos por eras y que se creían meras leyendas, pero que no acaban por revelarse del todo ante las masas.


Aunque la idea principal, una mucho más simple y por ello mismo poderosa ("...Primeros principios, Clarice. Simplicidad. Lea a Marco Aurelio. De cada cosa pregúntese qué es en sí misma, cuál es su naturaleza"), que siento le llegó a Anne Rice un buen día como inspiración súbita, el germen de todo, es la propia idea de la entrevista en sí. Otra imagen. Un joven reportero que busca entrevistar celebridades una noche recibe la invitación de alguien que dice ser un vampiro y que quiere que lo entreviste, este acude pensando que se trata de una broma pero por lo mismo piensa que lo va a disfrutar y comienza a grabar el encuentro, al principio dudoso de si lo que ve es verdad, pero al final descubriendo con inmensa sorpresa, que todo es real, que los vampiros existen, el cuento de hadas existe, como dijeran los desaparecidos Warren. La premisa es un acierto de una en un millón, el primero; el segundo es su correcta ejecución. Dos dardos subsecuentes en la diana.


Por lo demás, tampoco podemos negar que la película, de la que Anne Rice estuvo escéptica al principio por la elección de Tom Cruise para interpretar a su adorado Lestat de Lioncourt, también hizo su parte, una inmensa, para que la saga cobrara esa popularidad. Sobre esa película Anne Rice haría una presentación desde una de sus mansiones en Nueva Orleans para la versión casera donde confirmaba su apoyo a la misma y que ahora puede encontrarse por Youtube, en la que declara sobre otro libro de la saga ya conocida como Las Crónicas Vampíricas, específicamente el quinto: “This is about us”.



Después leería los demás, los primeros cuatro libros los leí más o menos en el mismo período, un par de años en los que atravesé por la peor depresión que puedo rememorar y otro par de años no tan tormentosos pero de un coma emocional latente. Al principio, cuando no estaba encerrado entre las sombras de una habitación con colillas de cigarros y ceniza tapizando el cuarto, escuchando La Chambre D'Echo de Sopor Aeternus, The fragile de NIN o algo de ese tenor, me levantaba para leer o buscar qué comer, casi siempre lo primero pues pasé largos períodos sin alimentarme por entonces. Fueron los tiempos de la automutilación al estilo de Iggy Pop y Marilyn Manson en el tour Death To The World y la segunda oleada de intentos de suicidio que no llegaban a nada. Nunca me gustaron los tatuajes (para mí, no tengo prejuicio en que otro los use) pero bien podía abrirme los pectorales o marcarme el nombre de un amor no correspondido en el músculo del antebrazo; y sí, las cicatrices siguen en su sitio. Ya casi no veía a mis amigos, a veces alguien venía, casi nunca la misma persona. Entraban en la penumbra en la que solía vivir y me preguntaban sobre cómo lidiar con los problemas de su propia vida porque, no hay que dudarlo, el absurdo siempre encuentra maneras de recrudecerse. Y ya sé que no es así, pero es como si la realidad pensara por sí misma y a veces quisiera burlarse de nosotros. Yo los recibía con el tarot, la Biblia satánica de Anton LaVey o Las flores del mal de Baudelaire o alguna antología de Edgar Allan Poe y ya, por supuesto, estaba también Lovecraft, acompañándonos en esas tardes para tomar el té sin té en que los rostros de mis visitantes eran iluminados como el cuero de una cebra de manera intermitente por la luz que se filtraba entre las persianas.


Del príncipe de Providence compré todo lo que se podía comprar que fueran libros; en ese entonces, y no fue hace tanto, no existía tanta parafernalia como hoy que hasta hay preservativos lovecraftianos, así que me tocó vivir el ascenso de su renacimiento que aún perdura. Creí que había leído todo en pocas semanas porque no me detuve hasta que no encontré nada nuevo; descubriría meses más tarde que en Internet aún quedaba mucho material, cuando alguien me pasó una memoria que contenía todos esos relatos descargados, creo que fue mi amigo Hernán.



Por esas mismas fechas en el tercer libro de las Crónicas Vampíricas, La Reina de los Condenados, descubrí varias ideas que utilicé en esas sesiones de farsa psicoanalítica de un ciego guiando a otros hacia el abismo que tenía con mis amigos. Como ateo practicante desde que leí la explicación de Stephen Hawking de que el universo está autocontenido, ya sabía lo mucho que la gente quiere creer en toda clase de cosas místicas, y a su vez lo había demostrado (lo de la credulidad de la gente, no lo del universo autocontenido) un par de años antes cuando convencí a varios de mi grupo original de amigos, de que una persona con la que convivíamos en las clases de inglés era un vampiro. Fue una total psicosis autoinducida cuando hicimos pasar al individuo en cuestión por la prueba del espejo y, para inquietud de todos, la superó, lo que quiere decir que no se había reflejado, o nosotros no habíamos visto su reflejo, lo que derivó en un par de semanas en las que estuvimos convencidos de que aquella persona, al saberse descubierta, nos perseguiría para matarnos.


Yo no me lo creía, por supuesto, porque yo había inventado el juego, y para no pasar por un escéptico pretencioso seguí la corriente, fabriqué una esencia de ajos con una base de alcohol y la vacié a un atomizador que rociaba por cada rincón de la recámara, colocando ristras de ajos en la chapa de la puerta y alrededor de mi cama y varios rosarios que encontré por la casa los cuales esparcí por toda la estancia. Sí, yo estaba convencido de que todo era una mentira y me estaba divirtiendo, se los juro. En serio, yo no me lo creía y nunca tuve miedo, ni siquiera cuando una criatura voladora golpeó con fuerza la ventana de mi sala durante una noche en que Monster y yo, estábamos hablando del asunto. Hasta dije que iba a escribir algo al respecto, lo iba a titular “Estudiando con el vampiro”, en claro homenaje a Anne Rice; otro de los mil millones de proyectos que siempre me propongo pero que nunca termino. Pero estaba hablando de la credulidad de la gente.


En La Reina de los Condenados por fin se nos explica a detalle el misterioso origen de los vampiros, lo que me provocó cierta decepción, creo que reduce la calidad literaria, calidad que ya de por sí tiene sus flaquezas más allá del argumento en esa entrega. Se trata del primer libro de la saga escrito en tercera persona, empecemos por eso, ya para esas alturas un buen lector debería notar que escribir en primera persona es mucho más fácil para cualquier escritor, que es de hecho un buen recurso para quienes se van iniciando, y que no es sino hasta que se hace el salto a la tercera persona que se identifica si la experiencia del escritor es lo bastante robusta. En primera persona es posible apelar a locuciones coloquiales de interludio para consolidar el ritmo, como esta, esta justamente, sí, esta, lector. Y en la novela, la autora se siente por momentos bastante amateur. “Se siente como algo que podría haber escrito yo”, me dijo alguien que no voy a mencionar, y no era del todo mentira, porque quizá podría haberlo escrito hasta mejor; entre las otras cosas que me dejó esa persona, además de un corazón roto, se encuentra una enseñanza, las ventajas de escribir en bloc de notas; y un libro de Bukowski, Soy la orilla de un vaso que corta, soy sangre.


En la novela, decía, se nos presentan Maharet y Mekare, dos antiquísimas brujas que además de rememorar a las del Zelda aunque de apariencia más juvenil y a dos hermanas que conocía por ese tiempo y que habían sido novias durante dos semanas de mi amigo Moisés y yo, respectivamente, eso sí, mucho más viejas en edad inmortal, resulta que también son unas gemelas que vivieron en el año seis mil antes de Cristo cerca del antiguo Egipto durante el gobierno de la reina Akasha y el rey Enkil, porque ya aquí Anne Rice mezcla mitología sumeria con una arqueología vampírica que sirve a los fines de sus relatos. Estas brujas, arquetipo de la magia gemelar auspiciada por géminis, pelirrojas como las brujas clásicas nórdicas, tienen la capacidad de invocar espíritus y tras una disputa con la reina Akasha por la costumbre de canibalizar a sus muertos, tradición que la reina de Egipto despreciaba por considerarla barbárica y pagana, invocan al espíritu de Amel, el cual es una entidad sedienta de sangre para que ataque a Akasha y a su consorte Enkil, cosa que hace hasta fusionarse con ellos y convertirlos en los primeros vampiros. Y ya, ese es todo el misterio. Así de rápido se sofoca uno de los focos de una trama sobre el enigma definitivo de la eternidad.


Hagamos un paréntesis aquí. Se sabe que Anne Rice leía mucho, no sólo como escritora sino para poder escribir. Para cada una de sus novelas hacía extensas investigaciones que le servían de base, a fin de no cometer imprecisiones y conseguir transmitir mayor cohesión formal. Eso se nota en las primeras dos novelas y en la sexta, y en otra novela que no habla de vampiros de la que hablaré después; pero, en lo que respecta al mundo antiguo, veamos, es mucho más complejo. No sé si sea factible realizar una buena ficción histórica, y no voy a disertar sobre eso aquí, sólo haré un par de reflexiones. Cuando hablamos del mundo antiguo, ¿a qué nos referimos? ¿Stonehenge? ¿Los constructores de pirámides al norte de África? ¿El neolítico? ¿Los habitantes originales de América? ¿Las polis griegas? ¿Cártago? Todo lo que ocurrió antes de las civilizaciones púnicas es en gran medida aún desconocido, se debate entre nieblas de duda y mitología, hablamos de miles de años de historia y decenas de miles de pueblos sobre los que nadie se tomó la molestia de escribir salvo los romanos con sus inmensas inexactitudes y diatribas, hacia el final de ese período arbitrariamente delimitado, la época clásica, lo único en lo que hay cierta luz entre tanta oscuridad, limitándose la historia natural a bestiarios como el de Paracelso. No porque en la antigüedad fueran ignorantes, lo era la inmensa mayoría del pueblo llano, pero más bien, porque los ignorantes sobre cómo se vivía entonces somos nosotros.



Lo que sabemos proviene de tablillas, ruinas y escritura poco fiable y remanentes de la vida diaria campesina, tema de estudio de arqueólogos que todavía se debaten las causas de la caída del imperio romano. No sabemos quién construyó Tehotihuacán y los misterios se engarzan, dándole un mar de trabajo a etnólogos y etnógrafos. Con lo que tenemos es posible que existan, como existen, una miríada de libros excelentes de historia y antropología; libros de ficción, tengo mis reservas. No fue sino hasta que Cervantes le dio voz a Sancho Panza que los humildes tuvieron una posición en el arte, pero ni siquiera el arte que nosotros entendemos es el arte que entendió Homero, basta con leer a Aristóteles que vivió casi tres siglos después (la arqueología que demostró la existencia de lo que se nos narra en la Ilíada fue descubierta apenas en el siglo XX).


¿Cómo se podría, entonces, a partir de los códigos de la narrativa moderna, del thriller, el paperback, del best seller, escribir sobre épocas remotas? Si toma años aprender latín, si es mucho más lo que sabemos de nuestro mundo posterior al renacimiento, llamado así porque la cultura de la edad media europea es otra gran desconocida para el público no especializado (creyendo que se trata de Robin Hood y el Rey Arturo), si es mucho más lo que sabemos de nuestro mundo kantiano, maquiavélico, napoléonico y científico. No me parece una tarea alentadora. Y no es del todo interesante cómo lo plantea Anne Rice. Porque, ¿cómo puede atribuirle semejante chauvinismo, como si de una actitud imperialista de la Otan Protrump se tratara, a una reina del antiguo Egipto en un período en que por accidente comía pan de centeno envenenado? Curiosamente, la misma autora declara este análisis, cuando una de las citadas brujas dice: “La gente no sabe la lentitud con la que ocurren esta clase de cosas”, al referirse a los cambios civilizatorios y señala como ejemplo que en América había pueblos que no conocían la rueda cuando para los habitantes del otro hemisferio era algo antiquísimo, inventado en la noche de los tiempos; porque se supone que la bruja lo ha vivido, tiene miles de años de edad ya que, es importante señalarlo, también ella y su hermana fueron convertidas en vampiros por Akasha en represalia, a fin de consolidar el conflicto necesario al relato.


Aquí vemos las dificultades que implica inventar a personajes tan longevos. Unas cuantas centurias es algo asequible, más o menos al alcance de un escritor competente y lo bastante culto, pero quién puede saber lo que piensa alguien que ha vivido por miles de años. Tal cosa está más allá de nuestra experiencia, parafraseando al asesino serial Richard Ramírez. Es un reto colosal a la altura del talento de Lovecraft, Borges o Tolkien, quizá, y aún ellos son humanos. Sólo la magia o su prima más sofisticada, la metafísica, consiguen unir los huecos. Y en esta tercera novela, lo único que por esa vía discurre, es el tema de los espíritus. Por eso quiero hablar un poco de ellos, que quizá sean la mejor parte del libro por encima de sus otros personajes o pasajes de menor sustancia, como Jesse, la aparente sobrina de las brujas que en realidad es su descendiente y que comparte con ellas su característico cabello pelirrojo, o los demás vampiros que acuden al cónclave para derrotar a Akasha o la estrafalaria decisión de convertir a Lestat en una estrella de rock con el slogan sexo, sangre y rock and roll; porque ha alcanzado la fama tras haber publicado el segundo libro que nosotros leemos y que son sus memorias, tras decidirse a explotar su celebridad para alcanzar mayor notoriedad e invocar a Akasha quien finalmente acude a su encuentro.



Todo eso conforma el fondo secundario de una historia, que si bien disfruté leer, no me pareció tan buena como las dos primeras entregas. Misma que está representada en una película de título homónimo, en la que actúa la cantante Aaliyah cuya trágica muerte daría lugar a toda clase de teorías illuminati de la conspiración, y otros actores que no vale la pena mencionar porque el filme es bastante malo y prescindible, a pesar de que con frecuencia se le menciona como la película con el mejor soundtrack de la historia, cosa que, bueno, no sé, no creo.


Continuará...

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